TRABAJO
SOBRE LAS “MEDITACIONES” DE DESCARTES
José Antonio Herrera Márquez
Antes de comenzar con las
meditaciones, Descartes nos hace un pequeño resumen de las conclusiones a las
que va a llegar. En la primera
meditación, propone las razones por las cuales podemos dudar en general de
todas las cosas.
Luego nos dice que va a dudar
de todo, y nos da la razón: “Y,
aunque la utilidad de una duda tan general no sea patente al principio, es, sin
embargo, muy grande, por cuanto nos libera de toda suerte de prejuicios, y nos
prepara un camino muy fácil para acostumbrar a nuestro espíritu a separarse de
los sentidos, y, en definitiva, por cuanto hace que ya no podamos tener duda
alguna respecto de aquello que más adelante descubramos como verdadero.”
La primera certeza a la que va a llegar es que el
espíritu reconoce que es absolutamente imposible que él mismo no exista.
Declara que el espíritu y el cuerpo son dos cosas
distintas.
Para él “es
imposible que la idea de Dios que está en nosotros no tenga a Dios mismo por
causa.”
En la cuarta meditación, según nos cuenta, “queda probado que todas las cosas que
conocemos muy clara y distintamente son verdaderas, y a la vez se explica en
qué consiste la naturaleza del error o falsedad.”
Meditación primera.
De las cosas que pueden ponerse en duda.
La primera meditación la comienza contándonos el
proyecto que tiene pensado llevar a cabo en esta obra, y nos da también las
razones de emprender tan ardua labor. Y nos lo relata de esta forma: “He advertido hace ya algún tiempo que,
desde mi más temprana edad, había admitido como verdaderas muchas opiniones
falsas, y que lo edificado después sobre cimientos tan poco sólidos tenía que
ser por fuerza muy dudoso e incierto; de suerte que me era preciso emprender
seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a
las que hasta entonces había dado crédito, y empezar todo de nuevo desde los
fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias.”
Ahora afirma que se va a dedicar a destruir todas
esas opiniones que había aceptado como verdaderas. “Así pues, ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado, habiéndome
procurado reposo seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente y con
libertad a destruir en general todas mis antiguas opiniones.” Pero nos dice
que no es necesario demostrar que todas son falsas, porque además sería un
trabajo demasiado largo, sino que con encontrar en cada una un motivo de duda,
ya tendrá razón para rechazarla. Solo se quedará con las opiniones sobre las
que no le quepa duda alguna.
El primer paso que toma es dirigirse a los cimientos
de su pensamiento y nos da la razón de tal comportamiento: “por cuanto la ruina de los cimientos lleva necesariamente consigo la
de todo el edificio, me dirigiré en principio contra los fundamentos mismos en
que se apoyaban todas mis opiniones antiguas.”
Hasta ahora, todo lo que había admitido como
verdadero, lo había aprendido de los sentidos, pero ha experimentado algunas
veces que los sentidos engañan, y si le han engañado alguna vez pueden volver a
hacerlo, por tanto no se fiará de ellos, y dudará de todos los datos
proporcionados por ellos.
“En este momento, estoy seguro de que yo
miro este papel con los ojos de la vigilia, de que esta cabeza que muevo no
está soñolienta, de que alargo esta mano y la siento de propósito y con plena
conciencia: lo que acaece en sueños no me resulta tan claro y distinto como
todo esto. Pero, pensándolo mejor,
recuerdo haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones semejantes. Y
fijándome en este pensamiento, veo de un modo tan manifiesto que no hay
indicios concluyentes ni señales que basten a distinguir con claridad el sueño
de la vigilia, que acabo atónito, y mi estupor es tal que casi puede
persuadirme de que estoy durmiendo. Así, pues, supongamos ahora que estamos
dormidos, y que todas estas particularidades, a saber: que abrimos los ojos,
movemos la cabeza, alargamos las manos, no son sino mentirosas ilusiones; y
pensemos que, acaso, ni nuestras manos ni todo nuestro cuerpo son tal y como los
vemos.” Como nos dice en
este fragmento, va a suponer que está durmiendo, y todo lo que siente no es más
que una mera ilusión. Este es el siguiente paso que da Descartes, y que lo
lleva a la duda total sobre las cosas sensibles.
Luego, pasa a analizar qué ciencias son más dudosas
y cuáles lo son menos: “No sería mala
conclusión si dijésemos que la física, la astronomía, la medicina y todas las
demás ciencias que dependen de la consideración de cosas compuestas, son muy
dudosas e inciertas; pero que la aritmética, la geometría y demás ciencias de
este género, que no tratan sino de cosas muy simples y generales, sin ocuparse
mucho de si tales cosas existen o no en la naturaleza, contienen algo cierto e
indudable.” Podemos dudar sobre la existencia de las cosas, y por ello las
ciencias que tratan sobre las cosas existentes son también dudosas; pero las
ciencias como la aritmética y la geometría son menos dudosas, pues no trata de
las cosas mundanas.
“Hace tiempo que tengo en mi espíritu
cierta opinión, según la cual hay un Dios que todo lo puede, por quien he sido
creado tal como soy. Pues bien ¿quién me asegura que el tal Dios no haya
procedido de manera que no exista figura, ni magnitud, ni lugar, pero a la vez
de modo que yo, no obstante, sí tenga la impresión de que todo eso existe tal y
como lo veo? Y más aún: así como yo pienso, a veces, que los demás se engañan,
hasta en las cosas que creen saber con más certeza, podría ocurrir que Dios
haya querido que me engañe cuantas veces sumo dos más tres, o cuando enumero
los lados de un cuadrado, o cuando juzgo de cosas aún más fáciles que ésas, si
es que son siquiera imaginables. Es posible que Dios no haya querido que yo sea
burlado así, pues se dice de Él que es la suprema bondad. Con todo, si el
crearme de tal modo que yo siempre me engañase repugnaría a su bondad, también
parecería del todo contrario a esa bondad el que permita que me engañe alguna
vez, y esto último lo ha permitido, sin duda. Habrá personas que quizá
prefieran, llegados a este punto, negar la existencia de un Dios tan poderoso,
a creer que todas las demás cosas son inciertas; no les objetemos nada por el
momento, y supongamos, en favor suyo, que todo cuanto se ha dicho aquí de Dios
es pura fábula.”
Descartes duda aquí de que si Dios existe sea tan bondadoso como se supone que
es, puesto que permite que se engañe, o no solo lo permite sino que lo quiere.
Supone que hay un Dios engañador, “no un
verdadero Dios que es fuente suprema de verdad, sino cierto genio maligno, no
menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria
para engañarme.”
Supuesto que hay una suerte de genio maligno que le
engaña, decide tomar una posición de duda frente a todo lo que percibe, para
poder llegar a alguna verdad indudable. “Pensaré
que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las
demás cosas exteriores, no son sino ilusiones y ensueños, de los que él se
sirve para atrapar mi credulidad. Me consideraré a mí mismo como sin manos, sin
ojos, sin carne, ni sangre, sin sentido alguno, y creyendo falsamente que tengo
todo eso. Permaneceré obstinadamente fijo en ese pensamiento, y, si, por dicho
medio, no me es posible llegar al conocimiento de alguna verdad, al menos está
en mi mano suspender el juicio.”
Meditación segunda.
De la naturaleza del espíritu humano; y que es más
fácil de conocer que el cuerpo.
Al principio de esta segunda meditación, Descartes
llega a la primera verdad, y lo hace de esta forma: “Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo; ni cielo, ni tierra,
ni espíritus, ni cuerpos, ¿y no estoy asimismo persuadido de que yo tampoco
existo? Pues no: si yo estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es
porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo,
que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si
me engaña, es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo
no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras
pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir
y dar como cosa cierta esta proposición: pienso, luego existo.” Así llega a la primera verdad indubitable: cogito ergo sum, “pienso, luego soy”
(entendido el significado de ser como existencia).
“Pues bien, ¿qué
soy yo, ahora que supongo haber alguien extremadamente poderoso y, si es lícito
decirlo así, maligno y astuto, que emplea todas sus fuerzas e industria en
engañarme?” Ahora pasa a
considerar los atributos del alma, para ver si hay alguno que esté en él. Los
primeros, a saber, nutrirse y andar, no los afirma supone que no tiene cuerpo.
El terceo es sentir, y lo descarta por la misma razón. El cuarto es pensar, y
ese atributo sí le pertenece, pues no puede separarse de él. Así llega a la
conclusión de que no es más que una cosa que piensa, un espíritu, un
entendimiento, una razón. Es una cosa verdaderamente existente, una cosa que
piensa. Y una cosa que piensa es una cosa que duda, que afirma, que entiende,
que niega, que quiere o no quiere, que siente. “Y también es cierto que tengo la potestad de imaginar: pues aunque
pueda ocurrir (como he supuesto más arriba) que las cosas que imagino no sean
verdaderas, con todo, ese poder de imaginar no deja de estar realmente en mí, y
forma parte de mi pensamiento.”
Y afirma: “Por
último, también soy yo el mismo que siente, es decir, que recibe y conoce las
cosas como a través de los órganos de los sentidos, puesto que, en efecto, veo
la luz, oigo el ruido, siento el calor. Se me dirá, empero, que esas
apariencias son falsas, y que estoy durmiendo. Concedo que así sea: de todas
formas, es al menos muy cierto que me parece ver, oír, sentir calor, y eso es
propiamente lo que en mí se llama sentir, y, así precisamente considerado, no
es otra cosa que pensar. Por donde empiezo a conocer qué soy, con algo más de
claridad y distinción que antes.” Descartes quí llega a lo que los
fenomenólogos llaman Indubitabilidad de la Percepción Inmanente. Es dudable que
las cosas que percibe existan realmente o no, pero lo que es indudable es que
las percibe.
Meditación tercera.
De Dios, que existe.
“Cerraré ahora los ojos, me taparé los
oídos, suspenderé mis sentidos; hasta borraré de mi pensamiento toda imagen de
las cosas corpóreas, o, al menos, como eso es casi imposible, las reputaré
vanas y falsas; de este modo, en coloquio sólo conmigo y examinando mis
adentros, procuraré ir conociéndome mejor y hacerme más familiar a mí propio.
Soy una cosa que piensa, es decir, que duda, afirma, niega, conoce unas pocas
cosas, ignora otras muchas, ama, odia, quiere, no quiere, y que también imagina
y siente, pues, como he observado más arriba, aunque lo que siento e imagino
acaso no sea nada fuera de mí y en sí mismo, con todo estoy seguro de que esos
modos de pensar residen y se hallan en mí, sin duda.” Ahora Descartes se vuelve hacia sí mismo para ir
conociéndose en profundidad, ir conociendo lo que es.
Luego se dedica a pensar si hay un Dios o no lo hay,
y si es engañador o no. “Ciertamente,
supuesto que no tengo razón alguna para creer que haya algún Dios engañador, y
que no he considerado aún ninguna de las que prueban que hay un Dios, los
motivos de duda que sólo dependen de dicha opinión son muy ligeros y, por así
decirlo, metafísicos. Mas a fin de poder suprimirlos del todo, debo examinar si
hay Dios, en cuanto se me presente la ocasión, y, si resulta haberlo, debo
también examinar si puede ser engañador; pues, sin conocer esas dos verdades, no
veo cómo voy a poder alcanzar certeza de cosa alguna.”
Las ideas no pueden ser falsas en sí mismas; “pues imagine yo una cabra o una quimera,
tan verdad es que imagino la una como la otra.” Hay tres clases de ideas:
las que parecen innatas, las que parecen ajenas (venidas de fuera), y las que
parecen inventadas por uno mismo.“Pues
tener la facultad de concebir lo que es en general una cosa, o una verdad, o un
pensamiento, me parece proceder únicamente de mi propia naturaleza; pero si
oigo ahora un ruido, si veo el sol, si siento calor, he juzgado hasta el
presente que esos sentimientos procedían de ciertas cosas existentes fuera de
mí; y, por último, me parece que las sirenas, los hipogrifos y otras quimeras
de ese género, son ficciones e invenciones de mi espíritu.”
La tarea que le ocupará ahora, será considerar
respecto de las ideas que parecen provenir de ciertos objetos que están fuera
de él, qué razones le fuerzan a creer tales ideas como semejantes a esos
objetos. “La primera de esas razones es
que parece enseñármelo la naturaleza; y la segunda, que experimento en mí mismo
que tales ideas no dependen de mi voluntad, pues a menudo se me presentan a
pesar mío.”
Pero esas ideas que vienen de fuera no son fiables,
pues puedo tener dos ideas distintas de una misma cosa. Por ejemplo del Sol, se
tiene la idea de que es pequeño cuando se observa, y la idea de que es grande
cuando se atiende a las pruebas que da la física de ello. Pero ambas ideas no
pueden ser semejantes a la cosa.
“La idea por la que concibo un Dios
supremo, eterno, infinito, inmutable, omnisciente, omnipotente y creador
universal de todas las cosas que están fuera de él, esa idea, digo ciertamente,
tiene en sí más realidad objetiva que las que me representan substancias
finitas. Ahora bien, es cosa manifiesta, en virtud de la luz natural, que debe
haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente y total como en su
efecto: pues ¿de dónde puede sacar el efecto su realidad, si no es de la causa?
¿Y cómo podría esa causa comunicársela, si no la tuviera ella misma? Y de ahí
se sigue, no sólo que la nada no podría producir cosa alguna, sino que lo más
perfecto, es decir, lo que contiene más realidad, no puede provenir de lo menos
perfecto. Para que una idea contenga tal realidad objetiva más bien que tal
otra, debe haberla recibido, sin duda, de alguna causa, en la cual haya tanta
realidad formal, por lo menos, cuanta realidad objetiva contiene la idea.” De aquí saca la conclusión de que si la realidad
objetiva de una idea suya es tal que pueda saber con claridad que no está en él
ni formal ni eminentemente, entonces es que no está solo en el mundo, y que
existe otra cosa que es causa de esa idea.
Entre sus ideas además de la que lo representa a él
mismo hay una idea de Dios, y otras cosas corpóreas e inanimadas. Pero las
ideas de otros hombres, animales o ángeles, podrían haberse formado por la
mezcla de las ideas de las cosas corpóreas y de Dios. “Por Dios entiendo una substancia infinita, eterna, inmutable,
independiente, omnisciente, omnipotente, que me ha creado a mí mismo y a todas
las demás cosas que existen (si es que existe alguna).” Pero una idea tal
no puede proceder de él, “y, por
consiguiente, hay que concluir necesariamente, según lo antedicho, que Dios
existe. Pues, aunque yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una
substancia, no podría tener la idea de una substancia infinita, siendo yo
finito, si no la hubiera puesto en mí una substancia que verdaderamente fuese
infinita.”
Se pregunta si podría existir en caso de que Dios no
existiera y de quién habría recibido su existencia. Solo cabría que fuera de él
mismo, pero si así fuese, entonces no dudaría de nada, nada desearía, y ninguna
perfección le faltaría pues no se habría privado de nada. Dios existe y es perfecto, “por
lo que es evidente que no puede ser engañador, puesto que la luz natural nos
enseña que el engaño depende de algún defecto.”
Meditación cuarta.
De lo verdadero y de lo falso.
“En primer lugar, reconozco que es
imposible que Dios me engañe nunca, puesto que en todo fraude y engaño hay una
especie de imperfección. Además, experimento en mí cierta potencia para juzgar,
que sin duda he recibido de Dios y
supuesto que Dios no quiere engañarme, es cierto entonces que no me la ha dado
para que yerre, si uso bien de ella, pero en cuanto que yo no soy el ser supremo, me veo
expuesto a muchísimos defectos, y así no es de extrañar que yerre. De ese modo, entiendo que el error, en cuanto tal,
no es nada real que dependa de Dios, sino sólo una privación o defecto, y, por
tanto, que no me hace falta para errar un poder que Dios me haya dado
especialmente, sino que yerro porque el poder que Dios me ha dado para
discernir la verdad no es en mí infinito. Y aunque yo no he conocido con
certeza, desde que me propuse dudar de todo, más que mi existencia y la de
Dios, sin embargo, como también he reconocido el infinito poder de Dios, me
sería imposible negar que ha producido muchas otras cosas o que ha podido, al
menos, producirlas, de tal manera que yo exista y esté situado en el mundo como
una parte de la totalidad de los seres.” Comienza así aceptando que existen otros seres o
que pueden existir.
Se pregunta de donde nacen sus errores entonces, y la
respuesta que encuentra es que su voluntad es más amplia que su entendimiento,
y por ello se extravía con facilidad y escoge el mal en vez del bien, o lo
falso en vez de lo verdadero. Y eso es lo que hace que se engañe.
“Siempre que contengo mi voluntad en los
límites de mi conocimiento, sin juzgar más que de las cosas que el
entendimiento le representa como claras y distintas, es imposible que me
engañe, porque toda concepción clara y distinta es algo real y positivo, y por
tanto no puede tomar su origen de la nada, sino que debe necesariamente tener a
Dios por autor, el cual, siendo sumamente perfecto, no puede ser causa de error
alguno; y, por consiguiente, hay que concluir que una tal concepción o juicio
es verdadero.” Aquí nos da la
condición para que una cosa sea verdadera.
“Por lo demás, no sólo he aprendido hoy
lo que debo evitar para no errar, sino también lo que debo hacer para alcanzar
el conocimiento de la verdad. Pues sin duda lo alcanzaré, si detengo lo
bastante mi atención en todas las cosas que conciba perfectamente, y las separo
de todas aquellas que sólo conciba de un modo confuso y oscuro.” Afirma haber encontrado la forma segura de llegar a
la verdad que buscaba.
Meditación quinta.
De la esencia de las cosas materiales; y otra vez de
la existencia de Dios.
En esta quinta meditación, nos da otro argumento a
favor de la existencia de Dios: “del
hecho de no poder concebir a Dios sin la existencia, se sigue que la existencia
es inseparable de él, y, por tanto, que verdaderamente existe.” “Y tampoco puede objetarse que no hay más
remedio que declarar que existe Dios tras haber supuesto que posee todas las
perfecciones, siendo una de ellas la existencia.”
“Tras conocer que hay un Dios, y a la vez
que todo depende de él, y que no es falaz, y, en consecuencia, que todo lo que
concibo con claridad y distinción no puede por menos de ser verdadero,
entonces, aunque ya no piense en las razones por las que juzgué que esto era
verdadero, con tal de que recuerde haberlo comprendido clara y distintamente,
no se me puede presentar en contra ninguna razón que me haga ponerlo en duda, y
así tengo de ello una ciencia verdadera y cierta. Y esta misma ciencia se
extiende también a todas las demás cosas. Y así veo muy claramente que la
certeza y verdad de toda ciencia dependen sólo del conocimiento del verdadero
Dios; de manera que, antes de conocerlo, yo no podía saber con perfección cosa
alguna. Y ahora que lo conozco, tengo el medio de adquirir una ciencia perfecta
acerca de infinidad de cosas: y no sólo acerca de Dios mismo, sino también de
la naturaleza corpórea, en cuanto que ésta es objeto de la pura matemática, que
no se ocupa de la existencia del cuerpo.” Dios le ofrece la seguridad de que las cosas que ve
como claras y concisas son reales.
Meditación sexta.
De la existencia de las cosas materiales, y de la
distinción real entre el alma y el cuerpo.
Ahora pasará a examinar si hay cosas materiales o no
las hay, aunque ya tiene claro que puede haberlas.
“Además la facultad de imaginar que hay
en mí, y que yo uso, según veo por experiencia, cuando me ocupo en la
consideración de las cosas materiales, es capaz de convencerme de su
existencia; pues cuando considero atentamente lo que sea la imaginación, hallo
que no es sino cierta aplicación de la facultad cognoscitiva al cuerpo que le
está íntimamente presente, y que, por tanto, existe. Y para manifestar esto con
mayor claridad, advertiré primero la diferencia que hay entre la imaginación y
la pura intelección o concepción.” Hay cosas que se pueden inteligir pero no se pueden
imaginar. “De suerte que esta manera de
pensar difiere de la pura intelección en que el espíritu, cuando entiende o
concibe, se vuelve en cierto modo sobre sí mismo, y considera alguna de las
ideas que en sí tiene, mientras que, cuando imagina, se vuelve hacia el cuerpo
y considera en éste algo que es conforme, o a una idea que el espíritu ha
concebido por sí mismo, o a una idea que ha percibido por los sentidos.”
Las ideas me son enviadas por las cosas corpóreas, “y, por lo tanto, debe reconocerse que
existen cosas corpóreas.” Hay que reconocer que todas las cosas que vemos
con claridad y distinción, están realmente en los cuerpos. “Y, en primer lugar, no es dudoso que algo de verdad hay en todo lo que
la naturaleza me enseña, pues por naturaleza, considerada en general, no
entiendo ahora otra cosa que Dios mismo, o el orden dispuesto por Dios en las
cosas creadas, y por mi naturaleza, en particular, no entiendo otra cosa que
la ordenada trabazón que en mí guardan todas las cosas que Dios me ha otorgado.”
“Pues bien: lo que esa naturaleza me
enseña más expresamente es que tengo un cuerpo. Y, por tanto, no debo dudar de
que hay en ello algo de verdad.”
“Me enseña también la naturaleza,
mediante esas sensaciones de dolor, hambre, sed, etcétera, que yo no sólo
estoy en mi cuerpo como un piloto en su navío, sino que estoy tan íntimamente
unido y como mezclado con él, que es como si formásemos una sola cosa.”
“Además de esto, la naturaleza me enseña
que existen otros cuerpos en torno al mío, de los que debo perseguir algunos,
y evitar otros. Y, ciertamente, en virtud de sentir yo diferentes especies de
colores, olores, sabores, sonidos, calor, dureza, etcétera, concluyo con razón
que, en los cuerpos de donde proceden tales diversas percepciones de los
sentidos, existen las correspondientes diversidades, aunque acaso no haya
semejanza entre éstas y aquéllas. Asimismo, por serme agradables algunas de
esas percepciones, y otras desagradables, infiero con certeza que mi cuerpo (o,
por mejor decir, yo mismo, en cuanto que estoy compuesto de cuerpo y alma)
puede recibir ventajas e inconvenientes varios de los demás cuerpos que lo
circundan.” Aunque pertenece
solo al espíritu conocer la verdad acerca de esas cosas.
“Empero, como la necesidad de obrar con
premura nos obliga a menudo a decidirnos sin haber tenido tiempo para exámenes
cuidadosos, hay que reconocer que la vida humana está frecuentemente sujeta al
error en las cosas particulares; en suma, hay que confesar la endeblez de
nuestra naturaleza.”
PD.: Si te ha gustado esta entrada, no dudes en seguirme a través de Instagram (@reinos_de_mi_imaginación), Facebook (https://www.facebook.com/ReinosdemiImaginacion), blogger o twitter (@joseherrera301). Y no dudes en comentar y/o compartir la entrada!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario