MI NUEVA NOVELA

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lunes, 28 de octubre de 2013

TRABAJO SOBRE LAS “MEDITACIONES” DE DESCARTES (RESUMEN)

TRABAJO SOBRE LAS “MEDITACIONES” DE DESCARTES

José Antonio Herrera Márquez


Antes de comenzar con las meditaciones, Descartes nos hace un pequeño resumen de las conclusiones a las que va a llegar. En la primera meditación, propone las razones por las cuales podemos dudar en general de todas las cosas.

Luego nos dice que va a dudar de todo, y nos da la razón: Y, aunque la utilidad de una duda tan general no sea patente al principio, es, sin embar­go, muy grande, por cuanto nos libera de toda suerte de prejuicios, y nos prepara un camino muy fácil para acos­tumbrar a nuestro espíritu a separarse de los sentidos, y, en definitiva, por cuanto hace que ya no podamos tener duda alguna respecto de aquello que más adelante descu­bramos como verdadero.”

La primera certeza a la que va a llegar es que el espíritu reconoce que es absolutamente imposible que él mismo no exista.

Declara que el espíritu y el cuerpo son dos cosas distintas. 

Para él “es imposible que la idea de Dios que está en nosotros no tenga a Dios mismo por causa.”
En la cuarta meditación, según nos cuenta, “queda probado que todas las cosas que conocemos muy clara y distintamente son verdaderas, y a la vez se explica en qué consiste la naturaleza del error o falsedad.”

















Meditación primera.
De las cosas que pueden ponerse en duda. 

La primera meditación la comienza contándonos el proyecto que tiene pensado llevar a cabo en esta obra, y nos da también las razones de emprender tan ardua labor. Y nos lo relata de esta forma: “He advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había admitido como verdaderas muchas opiniones falsas, y que lo edificado después sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto; de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito, y empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias.”

Ahora afirma que se va a dedicar a destruir todas esas opiniones que había aceptado como verdaderas. “Así pues, ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado, habiéndome procurado reposo seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente y con libertad a destruir en general todas mis antiguas opiniones.” Pero nos dice que no es necesario demostrar que todas son falsas, porque además sería un trabajo demasiado largo, sino que con encontrar en cada una un motivo de duda, ya tendrá razón para rechazarla. Solo se quedará con las opiniones sobre las que no le quepa duda alguna.

El primer paso que toma es dirigirse a los cimientos de su pensamiento y nos da la razón de tal comportamiento: “por cuanto la ruina de los cimientos lleva necesariamente consigo la de todo el edificio, me dirigiré en principio contra los fundamentos mismos en que se apoyaban todas mis opiniones antiguas.”

Hasta ahora, todo lo que había admitido como verdadero, lo había aprendido de los sentidos, pero ha experimentado algunas veces que los sentidos engañan, y si le han engañado alguna vez pueden volver a hacerlo, por tanto no se fiará de ellos, y dudará de todos los datos proporcionados por ellos.

“En este momento, estoy seguro de que yo miro este papel con los ojos de la vigilia, de que esta cabeza que muevo no está soñolienta, de que alargo esta mano y la siento de propósito y con plena conciencia: lo que acaece en sueños no me resulta tan claro y distinto como todo esto.  Pero, pensándolo mejor, recuerdo haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones semejantes. Y fijándome en este pensamiento, veo de un modo tan manifiesto que no hay indicios concluyentes ni señales que basten a distinguir con claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito, y mi estupor es tal que casi puede persuadirme de que estoy durmiendo. Así, pues, supongamos ahora que estamos dormidos, y que todas estas particularidades, a saber: que abrimos los ojos, movemos la cabeza, alargamos las manos, no son sino mentirosas ilusiones; y pensemos que, acaso, ni nuestras manos ni todo nuestro cuerpo son tal y como los vemos.” Como nos dice en este fragmento, va a suponer que está durmiendo, y todo lo que siente no es más que una mera ilusión. Este es el siguiente paso que da Descartes, y que lo lleva a la duda total sobre las cosas sensibles.

Luego, pasa a analizar qué ciencias son más dudosas y cuáles lo son menos: “No sería mala conclusión si dijésemos que la física, la astronomía, la medicina y todas las demás ciencias que dependen de la consideración de cosas compuestas, son muy dudosas e inciertas; pero que la aritmética, la geometría y demás ciencias de este género, que no tratan sino de cosas muy simples y generales, sin ocuparse mucho de si tales cosas existen o no en la naturaleza, contienen algo cierto e indudable.” Podemos dudar sobre la existencia de las cosas, y por ello las ciencias que tratan sobre las cosas existentes son también dudosas; pero las ciencias como la aritmética y la geometría son menos dudosas, pues no trata de las cosas mundanas.

“Hace tiempo que tengo en mi espíritu cierta opinión, según la cual hay un Dios que todo lo puede, por quien he sido creado tal como soy. Pues bien ¿quién me asegura que el tal Dios no haya procedido de manera que no exista figura, ni magnitud, ni lugar, pero a la vez de modo que yo, no obstante, sí tenga la impresión de que todo eso existe tal y como lo veo? Y más aún: así como yo pienso, a veces, que los demás se engañan, hasta en las cosas que creen saber con más certeza, podría ocurrir que Dios haya querido que me engañe cuantas veces sumo dos más tres, o cuando enumero los lados de un cuadrado, o cuando juzgo de cosas aún más fáciles que ésas, si es que son siquiera imaginables. Es posible que Dios no haya querido que yo sea burlado así, pues se dice de Él que es la suprema bondad. Con todo, si el crearme de tal modo que yo siempre me engañase repugnaría a su bondad, también parecería del todo contrario a esa bondad el que permita que me engañe alguna vez, y esto último lo ha permitido, sin duda. Habrá personas que quizá prefieran, llegados a este punto, negar la existencia de un Dios tan poderoso, a creer que todas las demás cosas son inciertas; no les objetemos nada por el momento, y supongamos, en favor suyo, que todo cuanto se ha dicho aquí de Dios es pura fábula.” Descartes duda aquí de que si Dios existe sea tan bondadoso como se supone que es, puesto que permite que se engañe, o no solo lo permite sino que lo quiere. Supone que hay un Dios engañador, “no un verdadero Dios que es fuente suprema de verdad, sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para engañarme.”

Supuesto que hay una suerte de genio maligno que le engaña, decide tomar una posición de duda frente a todo lo que percibe, para poder llegar a alguna verdad indudable. “Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores, no son sino ilusiones y ensueños, de los que él se sirve para atrapar mi credulidad. Me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, ni sangre, sin sentido alguno, y creyendo falsamente que tengo todo eso. Permaneceré obstinadamente fijo en ese pensamiento, y, si, por dicho medio, no me es posible llegar al conocimiento de alguna verdad, al menos está en mi mano suspender el juicio.”

Meditación segunda.
De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil de conocer que el cuerpo.

Al principio de esta segunda meditación, Descartes llega a la primera verdad, y lo hace de esta forma: “Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo; ni cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos, ¿y no estoy asimismo persuadido de que yo tampoco existo? Pues no: si yo estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta esta proposición: pienso, luego existo.” Así llega a la primera verdad indubitable: cogito ergo sum, “pienso, luego soy” (entendido el significado de ser como existencia).

“Pues bien, ¿qué soy yo, ahora que supongo haber alguien extremadamente poderoso y, si es lícito decirlo así, maligno y astuto, que emplea todas sus fuerzas e industria en engañarme?” Ahora pasa a considerar los atributos del alma, para ver si hay alguno que esté en él. Los primeros, a saber, nutrirse y andar, no los afirma supone que no tiene cuerpo. El terceo es sentir, y lo descarta por la misma razón. El cuarto es pensar, y ese atributo sí le pertenece, pues no puede separarse de él. Así llega a la conclusión de que no es más que una cosa que piensa, un espíritu, un entendimiento, una razón. Es una cosa verdaderamente existente, una cosa que piensa. Y una cosa que piensa es una cosa que duda, que afirma, que entiende, que niega, que quiere o no quiere, que siente. “Y también es cierto que tengo la potestad de imaginar: pues aunque pueda ocurrir (como he supuesto más arriba) que las cosas que imagino no sean verdaderas, con todo, ese poder de imaginar no deja de estar realmente en mí, y forma parte de mi pensamiento.”

Y afirma: “Por último, también soy yo el mismo que siente, es decir, que recibe y conoce las cosas como a través de los órganos de los sentidos, puesto que, en efecto, veo la luz, oigo el ruido, siento el calor. Se me dirá, empero, que esas apariencias son falsas, y que estoy durmiendo. Concedo que así sea: de todas formas, es al menos muy cierto que me parece ver, oír, sentir calor, y eso es propiamente lo que en mí se llama sentir, y, así precisamente considerado, no es otra cosa que pensar. Por donde empiezo a conocer qué soy, con algo más de claridad y distinción que antes.” Descartes quí llega a lo que los fenomenólogos llaman Indubitabilidad de la Percepción Inmanente. Es dudable que las cosas que percibe existan realmente o no, pero lo que es indudable es que las percibe.













Meditación tercera.
De Dios, que existe.

“Cerraré ahora los ojos, me taparé los oídos, suspenderé mis sentidos; hasta borraré de mi pensamiento toda imagen de las cosas corpóreas, o, al menos, como eso es casi imposible, las reputaré vanas y falsas; de este modo, en coloquio sólo conmigo y examinando mis adentros, procuraré ir conociéndome mejor y hacerme más familiar a mí propio. Soy una cosa que piensa, es decir, que duda, afirma, niega, conoce unas pocas cosas, ignora otras muchas, ama, odia, quiere, no quiere, y que también imagina y siente, pues, como he observado más arriba, aunque lo que siento e imagino acaso no sea nada fuera de mí y en sí mismo, con todo estoy seguro de que esos modos de pensar residen y se hallan en mí, sin duda.” Ahora Descartes se vuelve hacia sí mismo para ir conociéndose en profundidad, ir conociendo lo que es.

Luego se dedica a pensar si hay un Dios o no lo hay, y si es engañador o no. “Ciertamente, supuesto que no tengo razón alguna para creer que haya algún Dios engañador, y que no he considerado aún ninguna de las que prueban que hay un Dios, los motivos de duda que sólo dependen de dicha opinión son muy ligeros y, por así decirlo, metafísicos. Mas a fin de poder suprimirlos del todo, debo examinar si hay Dios, en cuanto se me presente la ocasión, y, si resulta haberlo, debo también examinar si puede ser engañador; pues, sin conocer esas dos verdades, no veo cómo voy a poder alcanzar certeza de cosa alguna.”

Las ideas no pueden ser falsas en sí mismas; “pues imagine yo una cabra o una quimera, tan verdad es que imagino la una como la otra.” Hay tres clases de ideas: las que parecen innatas, las que parecen ajenas (venidas de fuera), y las que parecen inventadas por uno mismo.“Pues tener la facultad de concebir lo que es en general una cosa, o una verdad, o un pensamiento, me parece proceder únicamente de mi propia naturaleza; pero si oigo ahora un ruido, si veo el sol, si siento calor, he juzgado hasta el presente que esos sentimientos procedían de ciertas cosas existentes fuera de mí; y, por último, me parece que las sirenas, los hipogrifos y otras quimeras de ese género, son ficciones e invenciones de mi espíritu.”

La tarea que le ocupará ahora, será considerar respecto de las ideas que parecen provenir de ciertos objetos que están fuera de él, qué razones le fuerzan a creer tales ideas como semejantes a esos objetos. “La primera de esas razones es que parece enseñármelo la naturaleza; y la segunda, que experimento en mí mismo que tales ideas no dependen de mi voluntad, pues a menudo se me presentan a pesar mío.”
Pero esas ideas que vienen de fuera no son fiables, pues puedo tener dos ideas distintas de una misma cosa. Por ejemplo del Sol, se tiene la idea de que es pequeño cuando se observa, y la idea de que es grande cuando se atiende a las pruebas que da la física de ello. Pero ambas ideas no pueden ser semejantes a la cosa.

“La idea por la que concibo un Dios supremo, eterno, infinito, inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas las cosas que están fuera de él, esa idea, digo ciertamente, tiene en sí más realidad objetiva que las que me representan substancias finitas. Ahora bien, es cosa manifiesta, en virtud de la luz natural, que debe haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente y total como en su efecto: pues ¿de dónde puede sacar el efecto su realidad, si no es de la causa? ¿Y cómo podría esa causa comunicársela, si no la tuviera ella misma? Y de ahí se sigue, no sólo que la nada no podría producir cosa alguna, sino que lo más perfecto, es decir, lo que contiene más realidad, no puede provenir de lo menos perfecto. Para que una idea contenga tal realidad objetiva más bien que tal otra, debe haberla recibido, sin duda, de alguna causa, en la cual haya tanta realidad formal, por lo menos, cuanta realidad objetiva contiene la idea.” De aquí saca la conclusión de que si la realidad objetiva de una idea suya es tal que pueda saber con claridad que no está en él ni formal ni eminentemente, entonces es que no está solo en el mundo, y que existe otra cosa que es causa de esa idea.

Entre sus ideas además de la que lo representa a él mismo hay una idea de Dios, y otras cosas corpóreas e inanimadas. Pero las ideas de otros hombres, animales o ángeles, podrían haberse formado por la mezcla de las ideas de las cosas corpóreas y de Dios. “Por Dios entiendo una substancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, que me ha creado a mí mismo y a todas las demás cosas que existen (si es que existe alguna).” Pero una idea tal no puede proceder de él, “y, por consiguiente, hay que concluir necesariamente, según lo antedicho, que Dios existe. Pues, aunque yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una substancia, no podría tener la idea de una substancia infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una substancia que verdaderamente fuese infinita.”

Se pregunta si podría existir en caso de que Dios no existiera y de quién habría recibido su existencia. Solo cabría que fuera de él mismo, pero si así fuese, entonces no dudaría de nada, nada desearía, y ninguna perfección le faltaría pues no se habría privado de nada. Dios existe y es  perfecto, “por lo que es evidente que no puede ser engañador, puesto que la luz natural nos enseña que el engaño depende de algún defecto.”








Meditación cuarta.
De lo verdadero y de lo falso.

“En primer lugar, reconozco que es imposible que Dios me engañe nunca, puesto que en todo fraude y engaño hay una especie de imperfección. Además, experimento en mí cierta potencia para juz­gar, que sin duda he recibido de Dios y supuesto que Dios no quiere engañarme, es cierto entonces que no me la ha dado para que yerre, si uso bien de ella, pero en cuanto que yo no soy el ser supremo, me veo expuesto a muchísimos defectos, y así no es de extrañar que yerre. De ese modo, entiendo que el error, en cuanto tal, no es nada real que dependa de Dios, sino sólo una priva­ción o defecto, y, por tanto, que no me hace falta para errar un poder que Dios me haya dado especialmente, sino que yerro porque el poder que Dios me ha dado para discernir la verdad no es en mí infinito. Y aun­que yo no he conocido con certeza, desde que me propuse dudar de todo, más que mi existencia y la de Dios, sin em­bargo, como también he reconocido el infinito poder de Dios, me sería imposible negar que ha producido muchas otras cosas o que ha podido, al menos, producirlas, de tal manera que yo exista y esté situado en el mundo como una parte de la totalidad de los seres.” Comienza así aceptando que existen otros seres o que pueden existir.
Se pregunta de donde nacen sus errores entonces, y la respuesta que encuentra es que su voluntad es más amplia que su entendimiento, y por ello se extravía con facilidad y escoge el mal en vez del bien, o lo falso en vez de lo verdadero. Y eso es lo que hace que se engañe.

“Siempre que contengo mi voluntad en los límites de mi conocimiento, sin juzgar más que de las cosas que el entendimiento le representa como claras y dis­tintas, es imposible que me engañe, porque toda concepción clara y distinta es algo real y positivo, y por tanto no puede tomar su origen de la nada, sino que debe necesariamente tener a Dios por autor, el cual, siendo sumamente perfecto, no puede ser causa de error alguno; y, por consiguiente, hay que concluir que una tal concepción o juicio es verdadero.” Aquí nos da la condición para que una cosa sea verdadera.

“Por lo demás, no sólo he aprendido hoy lo que debo evitar para no errar, sino también lo que debo hacer para alcanzar el conocimiento de la verdad. Pues sin duda lo al­canzaré, si detengo lo bastante mi atención en todas las cosas que conciba perfectamente, y las separo de todas aque­llas que sólo conciba de un modo confuso y oscuro.” Afirma haber encontrado la forma segura de llegar a la verdad que buscaba.














Meditación quinta.
De la esencia de las cosas materiales; y otra vez de la existencia de Dios.

En esta quinta meditación, nos da otro argumento a favor de la existencia de Dios: “del hecho de no poder concebir a Dios sin la existencia, se sigue que la existencia es inseparable de él, y, por tanto, que verdaderamente existe.” Y tampoco puede objetarse que no hay más remedio que declarar que existe Dios tras haber supuesto que posee todas las perfecciones, siendo una de ellas la existencia.”

“Tras conocer que hay un Dios, y a la vez que todo depende de él, y que no es falaz, y, en consecuencia, que todo lo que concibo con claridad y distinción no puede por menos de ser verdadero, entonces, aunque ya no piense en las razones por las que juzgué que esto era verdadero, con tal de que recuerde haberlo comprendido clara y distintamente, no se me puede presentar en contra ninguna razón que me haga ponerlo en duda, y así tengo de ello una ciencia verdadera­ y cierta. Y esta misma ciencia se extiende también a todas las demás cosas. Y así veo muy claramente que la certeza y verdad de toda ciencia dependen sólo del conocimiento del verda­dero Dios; de manera que, antes de conocerlo, yo no podía saber con perfección cosa alguna. Y ahora que lo conozco, tengo el medio de adquirir una ciencia perfecta acerca de infinidad de cosas: y no sólo acerca de Dios mismo, sino también de la naturaleza corpórea, en cuanto que ésta es objeto de la pura matemática, que no se ocupa de la exis­tencia del cuerpo.” Dios le ofrece la seguridad de que las cosas que ve como claras y concisas son reales.



Meditación sexta.
De la existencia de las cosas materiales, y de la distinción real entre el alma y el cuerpo.

Ahora pasará a examinar si hay cosas materiales o no las hay, aunque ya tiene claro que puede haberlas.

“Además la facultad de imaginar que hay en mí, y que yo uso, según veo por experiencia, cuando me ocupo en la consideración de las cosas materiales, es capaz de convencerme de su existencia; pues cuando considero atentamente lo que sea la imaginación, hallo que no es sino cierta aplicación de la fa­cultad cognoscitiva al cuerpo que le está íntimamente presente, y que, por tanto, existe. Y para manifestar esto con mayor claridad, adverti­ré primero la diferencia que hay entre la imaginación y la pura intelección o concepción.” Hay cosas que se pueden inteligir pero no se pueden imaginar. “De suerte que esta manera de pensar difiere de la pura intelección en que el espíritu, cuando entiende o concibe, se vuelve en cierto modo sobre sí mismo, y considera alguna de las ideas que en sí tiene, mientras que, cuando imagina, se vuelve hacia el cuerpo y considera en éste algo que es conforme, o a una idea que el espíritu ha concebido por sí mismo, o a una idea que ha percibido por los sentidos.”

Las ideas me son enviadas por las cosas corpóreas, “y, por lo tanto, debe reconocerse que existen cosas corpóreas.” Hay que reconocer que todas las cosas que vemos con claridad y distinción, están realmente en los cuerpos. “Y, en primer lugar, no es dudoso que algo de verdad hay en todo lo que la naturaleza me enseña, pues por na­turaleza, considerada en general, no entiendo ahora otra cosa que Dios mismo, o el orden dispuesto por Dios en las cosas creadas, y por mi naturaleza, en particular, no en­tiendo otra cosa que la ordenada trabazón que en mí guardan todas las cosas que Dios me ha otorgado.”

“Pues bien: lo que esa naturaleza me enseña más ex­presamente es que tengo un cuerpo. Y, por tanto, no debo dudar de que hay en ello algo de verdad.”

“Me enseña también la naturaleza, mediante esas sen­saciones de dolor, hambre, sed, etcétera, que yo no sólo estoy en mi cuerpo como un piloto en su navío, sino que estoy tan íntimamente unido y como mezclado con él, que es como si formásemos una sola cosa.”
“Además de esto, la naturaleza me enseña que exis­ten otros cuerpos en torno al mío, de los que debo perse­guir algunos, y evitar otros. Y, ciertamente, en virtud de sentir yo diferentes especies de colores, olores, sabores, so­nidos, calor, dureza, etcétera, concluyo con razón que, en los cuerpos de donde proceden tales diversas percepciones de los sentidos, existen las correspondientes diversidades, aunque acaso no haya semejanza entre éstas y aquéllas. Asi­mismo, por serme agradables algunas de esas percepciones, y otras desagradables, infiero con certeza que mi cuerpo (o, por mejor decir, yo mismo, en cuanto que estoy compuesto de cuerpo y alma) puede recibir ventajas e inconvenientes varios de los demás cuerpos que lo circundan.” Aunque pertenece solo al espíritu conocer la verdad acerca de esas cosas.

“Empero, como la necesidad de obrar con premura nos obliga a menudo a decidirnos sin haber tenido tiempo para exámenes cuidadosos, hay que reconocer que la vida humana está frecuentemente sujeta al error en las cosas particulares; en suma, hay que confesar la endeblez de nuestra naturaleza.”


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