FEYERABEND, “CONTRA EL MÉTODO. ESQUEMA DE UNA TEORÍA
ANARQUISTA DEL CONOCIMIENTO.”
José Antonio Herrera Márquez
Antes de empezar con el trabajo, quiero advertir que
notaréis que la forma en que Feyerabend habla de la ciencia, choca con la idea
clásica de la ciencia, al igual que vimos con Giere en el texto sobre el
descubrimiento de la estructura molecular del ADN de Watson.
Ahora vamos a exponer las tesis y los planteamientos
que sostiene Feyerabend en esta obra. Y, como es obvio por lo que el propio
subtítulo de la obra indica, se trata de una teoría anarquista del
conocimiento. Aunque en 1969 dice que prefiere la etiqueta de dadaísmo a la de
anarquismo, porque un anarquista está dispuesto a matar mientras que un
dadaísta no haría daño ni a una mosca. La única cosa a la que el dadaísta si
hace daño es a la consciencia profesional de los defensores del status quo, que, de todos modos, tiene
que ser expuesto a incomodidades si se quiere encontrar sus límites y si se
quiere ir más allá de ellos. La necesidad de la acción de las masas no es
negada, pero debe ser restringida por un respeto dogmático por las vidas
humanas y por un algo menos dogmático respeto por los puntos de vista de la
oposición.
Según Feyerabend, el anarquismo puede procurar, sin
duda, una base excelente a la epistemología y a la filosofía de la ciencia. Esto
es lo que va a defender en este libro.
Las últimas consecuencias de los actos o decisiones
de los hombres son impredecibles, y la historia está hecha de accidentes y
coyunturas, y de curiosas yuxtaposiciones. Unas cuantas reglas simples e
ingenuas no pueden ser capaces de explicar esta compleja red de interacciones.
Una persona que participa en este proceso tan complejo, sólo tendrá éxito si es
oportunista y capaz de cambiar de un método a otro sin dificultades. Feyerabend
se apoya en una cita de Einstein para decir esto: “Las condiciones externas-
escribe Einstein -, que se manifiestan por medio de los hechos experimentales,
no le permiten [al científico] ser demasiado estricto en la construcción de su
mundo conceptual mediante la adhesión a un sistema epistemológico. Por eso
tiene que aparecer ante el epistemólogo sistemático como un oportunista poco
escrupuloso.”
La teoría y la práctica científicas se diferencian
en que la primera es una serie de reglas o standards “ciertos e infalibles”, y
que la segunda consiste en nuestras falibles e inciertas facultades que parten
de esos standards y caen en el error. La ciencia como debería ser está de
acuerdo con esos standards, pero tal como es en realidad, combina esos
standards con el error. El científico debe reconocer el error y convivir con
él, teniendo siempre presente que él mismo está sujeto a añadir nuevos errores
en cualquier etapa de la investigación. Necesita una teoría del error que añadir
a las reglas ciertas e infalibles que definen la “aproximación a la verdad”.
Pero el error es un fenómeno histórico, por tanto una teoría del error tiene
que basar sus reglas en la experiencia y la práctica, en indicaciones útiles,
en sugerencias heurísticas mejor que en leyes generales, y tendrá que
relacionarlas con episodios históricos. (La heurística consiste en las reglas
metodológicas que nos dicen qué caminos no debemos tomar y cuáles sí). Habrá de
ser más una colección de historias que una teoría propiamente dicha.
Desarrollará la imaginación del estudiante sin proveerle de prescripciones y
procedimientos ya preparados e inalterables.
Al elegir una determinada vía, el estudiante, o el
científico, crea una situación desconocida hasta entonces para él de la cual
debe aprender cómo aproximarse lo mejor posible a situaciones de este tipo. Lo
cual no vendrá a ser tan paradójico como parece siempre que mantengamos
abiertas nuestras opciones y siempre que rehusemos sentirnos cómodos con un
método particular, que incluya un conjunto particular de reglas, sin haber
examinado las alternativas.
Nadie puede decir en términos abstractos, sin
prestar atención a idiosincrasias de persona y circunstancia, qué es lo que
precisamente condujo al progreso en el pasado, y nadie puede decir qué intentos
tendrán éxito en el futuro. Nos dirá Feyerabend que: “Después de todo, la
historia de la ciencia no sólo consiste en hechos y en conclusiones extraídas de ellos. Se
compone también de ideas, interpretaciones de hechos, problemas creados por un
conflicto de interpretaciones, acciones de científicos, etc. Siendo esto así,
la historia de la ciencia será tan compleja, tan caótica, tan llena de error y
tan divertida como las ideas que contenga, y estas ideas serán a su vez tan
complejas, tan caóticas, tan llenas de error y tan divertidas como lo son las
mentes de quienes las inventaron. Recíprocamente, un ligero lavado de cerebro
conseguirá hacer la historia de la ciencia más simple, más uniforme, más
monótona, más objetiva y más accesible al tratamiento por reglas ciertas e
infalibles”.
Ahora se apoya en una cita de Lenin para afianzar
sus tesis: “no podemos decir cuál será la causa inmediata que mejor contribuya
a despertar [una revolución], encenderla, e impulsar a la lucha a las grandes
masas que en el presente están dormidas. La historia en general, y la historia
de las revoluciones en particular, es siempre más rica en contenido, más
variada, más multilateral, más viva y más sutil de lo que incluso los mejores
partidos y las vanguardias con mayor consciencia de clase de las clases más
avanzadas imaginan. De esto se siguen dos conclusiones prácticas muy
importantes: primeramente, que para llevar a cabo su tarea la clase
revolucionaria debe ser capaz de dominar todas las formas, o aspectos de la
actividad social sin excepción; en segundo lugar, que la clase revolucionaria
debe estar preparada para pasar de una forma a otra de la manera más rápida e
inesperada.” Feyerabend extrapola este planteamiento de Lenin sobre las revoluciones
y los revolucionarios a las revoluciones científicas y a los científicos.
Tal y como hoy se conoce, la educación científica
tiene este propósito, que consiste en llevar a cabo una simplificación
racionalista del proceso de la ciencia mediante una simplificación de los que
participaron en ella. Se procede del siguiente modo: definen un dominio de
investigación, que se separa del resto de la historia y recibe una lógica
propia; se entrena a los que trabajan en este dominio en esta lógica, se les
restringe la imaginación e incluso su lenguaje deja de ser el que le es propio.
Dijo Hume que “Nada más peligroso para la razón que los vuelos de la
imaginación”. Con respecto al tema del cambio de lenguaje, Feyerabend le da
mucha importancia, y tenemos en el libro una cita que, aparte de divertida,
puede resultar muy interesante, y que exponemos aquí: “Un especialista es un
hombre que ha decidido conseguir preeminencia en un campo estrecho a expensas
de un desarrollo equilibrado. Ha decidido someterse a sí mismo a standards que
le restringen de muchas maneras, incluidos su estilo al escribir y su manera de
hablar. No es que sea opuesto a aventurarse ocasionalmente en campos
diferentes, a escuchar la música de moda, a adoptar vestimentas de moda o a
seducir a sus estudiantes. Sin embargo, estas actividades son aberraciones de
su vida privada; no tienen relación alguna con lo que está haciendo como
experto. La afición por Mozart, o por Hair, no hará más melodiosa su física ni
le dará mejor ritmo. Ni dará un affaire más colorido a su química”. Feyerabend
nos dice que esta separación de ámbitos tiene consecuencias muy desastrosas. No
sólo las materias especiales están vacías de los ingredientes que hacen una
vida humana hermosa y digna de vivirse, sino que el pensamiento se hace frío e
inhumano. Galileo, Kepler, Newton, todos ellos escribían en primera persona y
con expresiones como: “me encantó”, “me ha sorprendido”, etc. Todos estos
relatos son acerca de la naturaleza inanimada, y, sin embargo, están escritos
comunicando al lector el interés y la emoción que sentía el autor. El modo de
hablar de ahora ya no es un modo de hablar, es el lenguaje del especialista. En
él, el sujeto ha desaparecido totalmente. Y este feo, inarticulado e inhumano
idioma se hace presente en todas partes y ocupa el lugar de una descripción más
simple y directa. Nos pone el ejemplo de un libro sobre sexualidad: “En el
libro leemos que: la mujer al ser capaz de orgasmo múltiple, tiene a menudo que
masturbarse una vez retirado su compañero para conseguir así la culminación del
proceso fisiológico que le es característico. La mujer sólo se detendrá,
quieren decir los autores, cuando se encuentre cansada. Esto es lo que quieren
decir. Lo que realmente dicen es: por lo común, el agotamiento físico pone fin
por sí solo a la sesión masturbatoria activa”. Ahora no son capaces de superar
las barreras del convencionalismo, no son capaces de hablar. Dice que muchos
que están de acuerdo con su crítica general de la ciencia ven forzado el
énfasis que pone en el lenguaje porque creen que el lenguaje es un instrumento
del pensamiento, y que no influye tanto en él. Pero esto es cierto en tanto que
una persona tenga diferentes lenguajes a su disposición, y en tanto que todavía
sea capaz de cambiar de uno a otro cuando la situación lo requiera. Pero aquí
este no es el caso, según nos dice Feyerabend.
Es obvio que tal educación, tal compartimentación,
tanto de los dominios del conocimiento como de la consciencia, no puede
reconciliarse fácilmente con una actitud humanitaria. Entra en conflicto con el
cultivo de la individualidad, que, según Stuart Mill, es lo único que produce o
puede producir seres humanos adecuadamente desarrollados.
Este es el ideal que encuentra su expresión en las
reglas ciertas e infalibles y en los standards que separan lo correcto de lo
incorrecto, lo racional de lo irracional, lo objetivo de lo subjetivo, lo
razonable de lo irrazonable. Y abandonar este ideal como indigno de un hombre
libre significa abandonar los standards y confiar enteramente en las teorías
del error. Pero sin standards de verdad y racionalidad universalmente
obligatorios no podemos seguir hablando de error universal. Podemos hablar
solamente de lo que parece o no parece apropiado cuando se considera desde un
punto de vista particular y restringido; visiones diferentes, temperamentos y
actitudes diferentes darán lugar a juicios y métodos de acercamiento
diferentes. “Semejante epistemología anarquista no sólo resulta preferible para
mejorar el conocimiento o entender la historia. También para un hombre libre
resulta más apropiado el uso de esta epistemología que el de sus rigurosas y
científicas alternativas”, nos dirá Feyerabend.
El autor reconoce que puede llegar, desde luego, una
época en la que sea necesario dar a la razón una ventaja temporal y en la que
sea prudente defender sus reglas con exclusión de cualquier otra cosa. Pero no
piensa que la nuestra sea una época de este tipo. Precisamente, aunque el autor
no lo dice expresamente, podemos pensar que un ejemplo de este tipo fue
precisamente la época en que nace la ciencia moderna: después de la Guerra de
los Treinta Años, y de la muerte de Enrique IV de Inglaterra, que defendía la
tolerancia religiosa, la gente necesitaba unos principios seguros e infalibles
sobre los que asentar el conocimiento. Esto podemos verlo bien en el libro
“Cosmópolis” de Toulminn.
La idea de un método que contenga principios
científicos, inalterables y absolutamente obligatorios que rijan los asuntos
científicos entra en dificultades al ser confrontada con los resultados de la
investigación histórica. En ese momento nos encontramos con que no hay una sola
regla, por plausible que sea, ni por firmemente basada en la epistemología que
venga, que no sea infringida en una ocasión o en otra. Llega a ser evidente que
tales infracciones no ocurren accidentalmente, que no son el resultado de un
conocimiento insuficiente o de una falta de atención que pudieran haberse
evitado. Por el contrario, vemos que son necesarias para el progreso.
Desarrollos tales como la revolución copernicana o el surgimiento del atomismo
en la antigüedad y en el pasado reciente, o la emergencia gradual de la teoría
ondulatoria de la luz ocurrieron bien porque algunos pensadores decidieron no
ligarse a ciertas reglas metodológicas obvias, bien porque las violaron
involuntariamente.
Esta
práctica liberal no es meramente un hecho de la historia de la ciencia. Ni una
simple manifestación de la ignorancia e inconstancia humanas. Es razonable y
absolutamente necesaria para el desarrollo del conocimiento. Considerando
cualquier regla, por fundamental que sea, hay siempre circunstancias en las que
se hace aconsejable no sólo ignorar la regla, sino adoptar su opuesta. En
la ciencia, se pueden utilizar puntos de vista autoinconsistentes, el científico
no debe seguir las normas de la lógica. Un nuevo principio extraño e
incomprensible sirve a menudo de núcleo sobre el que observaciones y
reflexiones cristalizan hasta que obtenemos una teoría que es comprendida
incluso por el empirista más entrenado. Esto no es una excepción, sino el caso
normal: las teorías llegan a ser claras y razonables sólo después de que partes
incoherentes de ellas han sido utilizadas durante largo tiempo. Tal
irrazonable, sin sentido y poco metódico prólogo resulta así ser una inevitable
condición previa de claridad y éxito empírico. Nuestro entendimiento de las
ideas y los conceptos empieza con un conocimiento sin comprensión completa de
ellos, según Hegel. El énfasis de Cohn-Bendit en la espontaneidad como
principal enemigo de la burocracia, según Feyerabend, concuerda con el tono del
presente trabajo, que desea eliminar la excesiva burocracia, no solamente del
gobierno, sino también de la administración del conocimiento.
Ciertamente
no podemos dar por supuesto que lo que
es posible para un niño- adquirir nuevos modos de conducta a la más ligera
provocación, circular por ellos sin esfuerzo visible –esté más allá del alcance
de los mayores. El hombre no tiene porqué ser sólo un animal racional. En todo
caso no fue destinado a ser castrado y puesto aparte. Cualquiera que sea
nuestra posición en este asunto, tendremos que admitir que los argumentos
racionales van bien sólo con la gente racional y que una apelación a la
argumentación racional es por tanto discriminatoria. Las personas racionales
están especialmente preparadas, han sido condicionadas de manera especial, su
libertad de acción y de pensamiento ha sido considerablemente restringida. Si
nos oponemos a la restricción mental y a la discriminación, entonces la omnipresencia
de la razón no puede ser garantizada por más tiempo.
Al igual
que un perrillo amaestrado obedecerá a su amo a pesar de lo confuso que esté y
lo urgente que sea la necesidad de adoptar nuevos esquemas de conducta, un
racionalista amaestrado será obediente a la imagen mental de su amo, se
conformará a los standards de argumentación que ha aprendido, mostrará adhesión
a esos standards sin que importe la dificultad que él mismo encuentre en ellos
y será poco capaz de descubrir que lo que él considera como la voz de la razón
no es sino un post-efecto causal del entrenamiento que ha recibido. De aquí se
sigue que la llamada a la argumentación o bien no tiene contenido en absoluto,
y puede ponerse de acuerdo con cualquier procedimiento, o bien tendrá frecuentemente
una función conservadora: pondrá barreras a lo que esté a punto de convertirse
en un modo natural de conducta. Aquí introduce una cita de Milán Kundera, que
dice que “ninguna época progresiva nueva se ha definido en sí misma por sus
propias limitaciones […] En nuestro caso, sin embargo, se considera más
virtuoso observar las barreras que traspasarlas”. Dice Feyerabend que la
opinión de hoy es, por supuesto, la razón de mañana, la cual ya está presente
en una forma ingenua, inmediata, no desarrollada.
Según el
autor, intereses, propaganda, fuerzas y técnicas de lavado de cerebro juegan en
el crecimiento de nuestro conocimiento y de la ciencia un papel mucho mayor de
lo que comúnmente se cree.
Los niños usan palabras, las combinan, juegan con
ellas hasta que atrapan un significado que hasta entonces ha permanecido fuera
de su alcance. Y la actividad inicial con carácter de juego es un presupuesto
esencial del acto final de entendimiento. No hay razón para que este mecanismo
tenga que dejar de funcionar en el adulto.
Está claro, pues, que la idea de un método fijo, de
una racionalidad fija, surge de una visión del hombre, y de su contorno social,
demasiado ingenua. A quienes consideren el rico material de que nos provee la
historia y no intenten empobrecerlo para dar satisfacción a sus más bajos
instintos y al deseo de seguridad intelectual que proporcionan, por ejemplo, la
claridad y la precisión, a esas personas les parecerá que hay solamente un
principio que puede ser defendido bajo cualquier circunstancia y en todas las
etapas del desarrollo humano. El principio de todo vale. Este principio
abstracto es el único principio de la metodología anarquista de Feyerabend.
Dirá Lenin: “Sería absurdo formular una receta o regla general que sirva en
todos los casos. Deberíamos usar nuestros propios cerebros y ser capaces de
encontrar los propios modos de conducirnos en cada caso separado.”
Feyerabend sugiere la introducción, elaboración y
propagación de hipótesis que sean inconsistentes o con teorías bien establecidas
o con hechos bien establecidos. O, dicho con precisión, sugiere proceder
contrainductivamente además de proceder inductivamente.
La evidencia relevante para la contrastación de una
teoría T a menudo sólo puede ser sacada a la luz con la ayuda de otra teoría T´
incompatible con T. Por tanto la contrainducción sería una parte esencial de
todo empirismo crítico. Mirando retrospectivamente a la historia vemos que el
progreso o lo que hoy consideramos como progreso, ha sido conseguido casi
siempre por contrainducción. Pero ahora como entonces, la contrainducción no es
considerada por la metodología. Aunque puede conducir a muchos resultados
satisfactorios que no podrían conseguirse de ningún otro modo.
Es posible conservar lo que puede llamarse libertad
de creación artística y utilizarla al máximo, no como una vía de escape, sino
como un medio necesario para descubrir y quizás incluso cambiar las propiedades
del mundo en que vivimos. Esta coincidencia de la parte individual (el hombre
individual) con el todo (el mundo en que vivimos), de lo puramente subjetivo y
arbitrario con lo objetivo y legal, es para mí uno de los más importantes
argumentos a favor de una metodología pluralista. ¿Estamos obligados a
renunciar al pluralismo a favor de la felicidad y de un desarrollo equilibrado?
No, la proliferación produce crisis sólo si las alternativas elegidas se oponen
una a otra más de lo debido. No hay necesidad de combinar la proliferación con
una guerra de todos contra todos. Todo lo que se necesita es menos moralismo,
menos seriedad, menos interés por la verdad, un desinflamiento de la
consciencia profesional, y una actitud más lúdica.
Siguiendo a Stuart Mill, podemos decir que la
variedad es necesaria tanto para producir seres humanos bien desarrollados como
para el mejoramiento de la civilización. Una elección presupone alternativas
entre las que elegir; presupone una sociedad que contiene e incita a opiniones
diferentes y modos antagónicos de pensamiento, así como a la experimentación de
diferentes maneras de vivir de modo que el valor de los distintos modos de vida
se prueba no en la imaginación, sino en la práctica. La unidad de la opinión no
es deseable, salvo que resulte de la más libre y completa comparación de
opiniones opuestas, y la diversidad no es un mal, sino un bien. El método
científico es parte de una teoría general del hombre. De esta teoría recibe sus
reglas y se construye de acuerdo con nuestras ideas de una existencia humana
que merezca la pena.
Para Mill, el bienestar del individuo, el pleno
desarrollo de sus capacidades, es el objetivo primario. El hecho de que los
métodos empleados para conseguir este objetivo produzcan también una filosofía
científica, un libro de reglas concernientes a la búsqueda de la verdad, es un
efecto lateral, si bien agradable. Para Popper la búsqueda de la verdad parece
ser mucho más importante y ocupar un lugar más elevado que los intereses del
individuo. En este punto, Feyerabend se acerca más a Mill que a Popper.
Cuando se cree en una aproximación a la verdad, se
tiene también que poner límites al desarrollo de los conceptos. Por ejemplo, de
una serie de teorías en funcionamiento se tendrán que excluir los conceptos
inconmensurables. Esta es la actitud tradicional hasta, e, incluido, el
racionalismo crítico de Popper. En cuanto opuesta a ésta, la actitud que vamos
a tratar aquí considera cualquier estabilidad prolongada como una indicación de
fracaso. Toda estabilidad de este tipo indica que hemos fracasado en trascender
una etapa accidental del conocimiento, y que hemos fracasado en acceder a un
estadio más alto de consciencia y entendimiento. Cuando nos familiarizamos con
las categorías existentes y con las alternativas que están siendo utilizadas en
el examen del punto de vista recibido, nuestro pensamiento pierde su
espontaneidad hasta que quedamos reducidos a contemplar el mundo que nos rodea
con una mirada boba y puramente animal. Cada refutación, al abrir camino a un
sistema de categorías nuevo y todavía sin intentar, devuelve temporalmente a la
mente la libertad y espontaneidad, que son sus propiedades esenciales.
Un ser determinado, una entidad finita es la que
está relacionada con otras; es un contenido que está en la relación de
necesidad con otro contenido y, en último extremo, con el mundo. Esta es la
situación creada por la teoría cuántica. Bohm nos dice: “Todo lo que existe
está ligado de este modo a todo lo demás: al proceso total del universo. Este
lazo o bien es directo, por medio de un quantum singular, o bien es indirecto,
a través de una serie de tales lazos”. Conceptualmente esto significa que la
descripción completa de un objeto es autocontradictoria.
Las cosas finitas son, pero la verdad de su ser es
su fin. Lo finito no es que simplemente cambie, es que desaparece; ni es esta
desaparición algo meramente posible, de modo que lo finito pueda continuar
siendo sin desaparecer; al contrario, el ser de una cosa finita consiste en
tener en sí misma las semillas de su desaparición, la hora de su nacimiento es
la hora de su muerte. Por esa razón, lo que es finito puede ser puesto en
movimiento. Al moverse más allá de sus límites, el objeto deja de ser lo que es
y se transforma en lo que no es; es negado. El resultado de la negación no es
la mera nada. Llegamos a un nuevo concepto que es más elevado, más rico, que el
concepto que le precedió, porque ha sido enriquecido por su negación u
oposición, contiene al que lo precedió así como a su negación, siendo la unidad
del concepto original y su oposición. “Está claro que ninguna exposición puede
considerarse científica a menos que siga las huellas y el ritmo simple de este
método, porque estas son las huellas que siguen las cosas mismas”, nos dirá
Hegel.
El conocimiento es parte de la naturaleza y está
sujeto a sus leyes generales. De acuerdo con estas leyes generales, cada objeto
participa de todo otro objeto e intenta transformarse en su negación. La
lección para la epistemología es esta: no trabajar con conceptos estables. No
eliminar la contrainducción. No dejarse seducir pensando que por fin hemos encontrado
la descripción correcta de los hechos, cuando todo lo que ha ocurrido es que
algunas categorías nuevas han sido adaptadas a algunas formas viejas de
pensamiento, las cuales son tan familiares que tomamos sus contornos por los
contornos del mundo mismo.
Podemos señalar que ni una sola teoría concuerda con
todos los hechos conocidos en su dominio. El procedimiento usual es olvidarse
de las dificultades, no hablar nunca acerca de ellas y proceder como si la
teoría fuese impecable. Esta actitud es hoy muy común.
Las aproximaciones ad hoc abundan en la física matemática moderna. Las aproximaciones ad hoc ocultan, e incluso eliminan
completamente, las dificultades cualitativas. Crean una falsa impresión acerca
de las excelencias de nuestra ciencia.
Dondequiera que miremos, siempre que tengamos un
poso de paciencia y seleccionemos nuestra evidencia sin prejuicios, encontramos
que las teorías fracasan en el empeño de reproducir adecuadamente ciertos
resultados cuantitativos y son cualitativamente incompetentes en un grado
sorprendente. La ciencia moderna ha desarrollado estructuras matemáticas que
sobrepasan a todo lo que ha existido hasta ahora en coherencia y generalidad.
Pero, para lograr este milagro, todas las dificultades existentes han tenido
que ser reducidas a la relación entre teoría y hecho, y han tenido que ser
ocultadas, mediante aproximaciones ad hoc
y mediante otros procedimientos.
Los metodólogos pueden señalar la importancia de las
falsaciones, pero ellos utilizan alegremente teorías falsadas; pueden echar
sermones sobre lo importante que es considerar todos los hechos relevantes y
nunca mencionan aquellos grandes y drásticos hechos que muestras que las
teorías que ellos admiran y aceptan, la teoría de la relatividad, la teoría
cuántica, son como mínimo tan pobres como las viejas teorías que ellos
rechazan.
De acuerdo con Hume, las teorías no pueden derivarse
de los hechos. El requisito de admitir solamente aquellas teorías que se sigan
de los hechos nos deja sin ninguna teoría. De aquí que la ciencia, tal como la
conocemos, sólo pueda existir si omitimos este requisito y revisamos nuestra
metodología.
El requisito de admitir sólo aquellas teorías que
son consistentes con los hechos disponibles y aceptados nos deja de nuevo sin
ninguna teoría. De aquí que una ciencia, tal como la conocemos, sólo pueda
existir si omitimos este requisito también y revisamos de nuevo nuestra
metodología, admitiendo ahora la contrainducción además de admitir hipótesis no
fundadas.
La contrainducción es, por tanto, un hecho- porque la
ciencia no podría existir sin ella -y un movimiento legítimo y muy necesario en
el juego de la ciencia.
Describir una situación familiar es, para el que
habla, un suceso en el que enunciado y fenómeno están firmemente pegados uno a
otro. Esta unidad es el resultado de un proceso de aprendizaje que empieza en
la infancia de cada uno de nosotros. Los procedimientos de enseñanza dan forma
a la apariencia o al fenómeno y establecen una firme conexión con las palabras,
de tal manera que los fenómenos parecen hablar por sí mismos sin ayuda exterior
y sin conocimiento ajeno al tema. Los fenómenos son justamente lo que los
enunciados asociados afirman que son.
Feyerabend, hará el supuesto adicional de que la
cualidad y estructura de las sensaciones, o al menos la cualidad y estructura
de aquellas sensaciones que entran en el cuerpo de la ciencia, son
independientes de su expresión lingüística. Duda mucho acerca de la validez
incluso aproximada de este supuesto, que puede refutarse mediante ejemplos simples.
Y está seguro de que nos estamos privando a nosotros mismos de nuevos y
sorprendentes descubrimientos en tanto que permanezcamos dentro de los límites
definidos por él. Sin embargo, permanecerá conscientemente dentro de estos
límites, al menos en este libro.
Al hacer el simplificador supuesto adicional,
podemos ahora distinguir entre sensaciones; y aquellas operaciones mentales que
siguen tan de cerca a los sentidos y están tan firmemente conectadas con sus
reacciones, que es difícil conseguir una separación. A estas últimas las
llamará interpretaciones naturales.
En la historia del pensamiento, las interpretaciones
naturales han sido consideradas bien como presuposiciones a priori, bien como prejuicios que deben ser alejados antes de que
pueda llevarse a cabo cualquier examen serio. El primer punto de vista es el de
Kant y, de muy distinta manera y sobre la base de talentos muy diferentes, el
de algunos filósofos del lenguaje contemporáneos. El segundo punto de vista se
debe a Bacon.
Galileo insiste en la discusión crítica a la hora de
decidir qué interpretaciones naturales pueden conservarse y cuáles deben ser
reemplazadas. Las interpretaciones naturales son necesarias para Galileo porque
los sentidos por sí solos, sin la ayuda de la razón, no pueden darnos una
descripción verdadera.
Bacon creyó que las interpretaciones naturales eran
como pieles sucesivas de un núcleo sensorial. Por lo que propuso como método de
análisis consistente en quitar estas pieles una después de otra hasta que el
núcleo sensorial de cada observación quedase al desnudo. Este método tiene
graves inconvenientes: si eliminamos todas las interpretaciones naturales y
habremos eliminado la capacidad de pensar y de percibir. Además, una persona
que hiciese frente a un campo perceptual sin disponer de ninguna interpretación
natural se encontraría completamente desorientada; no podría ni siquiera dar
comienzo a la empresa científica.
Los ingredientes ideológicos de nuestro conocimiento
y, más especialmente, de nuestras observaciones, se descubren con la ayuda de
teorías que están refutadas por ellos. Se les descubre contrainductivamente.
Las teorías son contrastadas y posiblemente
refutadas por los hechos. Los hechos contienen componentes ideológicos, viejas
consideraciones que han desaparecido de la vista o que quizás nunca fueron
formuladas de una manera explícita. Estos componentes son altamente
sospechosos, en primer lugar, por su edad; en segundo lugar, porque su propia
naturaleza les protege de un examen crítico y siempre les ha protegido de tal
examen. Cuando se considera una contradicción entre una teoría nueva e
interesante y una colección de hechos firmemente establecidos, el mejor
procedimiento es, por lo tanto, no abandonar la teoría sino utilizarla para el
descubrimiento de los principios ocultos que son responsables de la
contradicción. La contrainducción es una parte esencial de tal proceso de
descubrimiento.
El progreso conceptual depende, como cualquier otra
clase de progreso, de circunstancias psicológicas que pueden prohibir en un
caso lo que pueden estimular en otro. Consideraciones como éstas, deberían
curarnos de una vez para todas de la creencia de que los juicios de progreso,
mejoramiento, etc., se basan en reglas que pueden ser reveladas ahora y
permanecerán en acción durante todos los años venideros. Por ello, la discusión
de Galileo no ha tenido el propósito de llegar al método correcto, sino que ha
tenido el propósito de mostrar que tal método correcto ni existe ni puede
existir. Ha tenido especialmente el propósito de mostrar que la contrainducción
es muy a menudo un movimiento razonable. No busca el método correcto porque no
hay tal método correcto.
Nos dice que Galileo emplea la propaganda. Además de
cualesquiera razones que tenga que ofrecer, emplea trucos psicológicos. Estos
trucos tienen gran éxito; le conducen a la victoria. Pero oscurecen el hecho de
que la experiencia de Galileo, que quiere basar el punto de vista copernicano,
no es sino el resultado de su propia y fértil imaginación, que esa experiencia
ha sido inventada.
Galileo nos hace recordar que hay situaciones en las
que el carácter no operativo del movimiento simultáneo es tan evidente y tan
firmemente aceptado como la idea del carácter operativo de todo movimiento lo
es en otras circunstancias (por tanto, esta última idea no es la única
interpretación natural del movimiento). Estas situaciones son sucesos en un
barco, en un carruaje que se deslice suavemente y en cualquier otro sistema que
contenga un observador y le permita llevar a cabo algunas operaciones simples.
“Del mismo modo es cierto que, al moverse la Tierra,
el movimiento de la piedra al caer es realmente un largo camino de muchos
cientos de metros, o incluso de muchos miles; y si hubiera dejado una señal de
su curso en el aire inmóvil o en alguna otra superficie, habría dejado marcada
una larga línea inclinada. Pero la parte de todo este movimiento que es común a
la piedra, a la torre y a nosotros mismos no se puede notar y es como si no
existiese. Sólo es observable la parte en la que no participamos ni la torre ni
nosotros; en una palabra, la parte con la que la piedra al caer mide la
torre.”(Galileo) Verdaderamente la persuasión es fuerte en Galileo. Y nos damos
cuenta de que “todos los sucesos terrestres en base a los cuales se sostiene de
ordinario que la Tierra está quieta y que el Sol y las estrellas fijas se
mueven se mostrarían ante nosotros del mismo modo que si la Tierra se moviese y
fuesen el Sol y las estrellas quienes permaneciesen quietos.”
Puesto que los cálculos numéricos de Ptolomeo eran
correctos, el motivo para un cambio debe provenir de una fuente diferente.
Proviene del deseo de ver el todo corresponder con sus partes con una
simplicidad maravillosa, como el mismo Copérnico había expresado ya. Proviene
del deseo típicamente metafísico de la unidad del entendimiento y la
presentación conceptual.
Feyerabend nos dice que el cambio corresponde
perfectamente al esquema que ha delineado en un trabajo anterior: un punto de
vista inadecuado, la teoría copernicana, es apoyado por otro punto de vista
inadecuado, la idea del carácter no operativo del movimiento simultáneo, y
ambas teorías ganan fuerza y se dan apoyo una a otra en el proceso. Es éste el cambio
que establece la transición del punto de vista aristotélico a la epistemología
de la ciencia moderna.
La experiencia deja de ser ahora ese fundamento
inalterable que es en el sentido común y en la filosofía aristotélica. El
intento de apoyar a Copérnico hace fluida a la experiencia de la misma manera
que hace fluidos a los cielos, de modo que cada estrella se desplaza en ellos
por sí misma. Un empirista que comience a partir de la experiencia y construya
sobre ella sin ocuparse de mirar atrás, pierde ahora la propia base de la que
partió. Ya no se puede confiar por más tiempo en la Tierra, ni en los hechos en
los que él usualmente confía. Está claro que una filosofía que utiliza tan
fluida y cambiante experiencia necesita nuevos principios metodológicos que no
insistan en un juicio asimétrico de las teorías por la experiencia. La física
clásica adopta intuitivamente tales principios; al menos los pensadores
independientes, como Newton, Faraday, Boltz-mann, proceden de este modo. El
conflicto entre esta doctrina y la manera real de proceder se oculta mediante
una presentación tendenciosa de los resultados de la investigación que esconde
el origen revolucionario de éstos y sugiere que surgen de una fuente estable e
inalterable.
EL PAPEL PROGRESIVO DE LAS HIPÓTESIS AD HOC.
Feyerabend dice que la obra de Lakatos es magnífica,
y menciona aquí ciertas ideas desarrolladas por él, que arrojan una luz nueva
sobre el problema del crecimiento y del desarrollo del conocimiento.
Es habitual suponer tanto que los buenos científicos
rehúsan emplear hipótesis ad hoc, como
afirmar, acto seguido, que hacen bien en rehusar. Las nuevas ideas, se piensa,
van más allá de la evidencia disponible, y deben hacerlo si han de ser de algún
valor. Es obligado que las hipótesis ad
hoc se insinúen de vez en cuando, pero hay que oponerse a ellas y
mantenerlas bajo control. Ésta es la actitud habitual tal como se expresa, por
ejemplo, en los escritos de Popper.
En oposición a éste, Lakatos ha señalado que la “ad hocidad” ni es despreciable, ni está
ausente del cuerpo de la ciencia. Las nuevas ideas, son por lo común casi
enteramente ad hoc, y no pueden ser
de otra manera. Y se perfeccionan solamente poco a poco, extendiéndolas
gradualmente para aplicarlas a situaciones que estén más allá de su punto de
partida. Para Popper, las nuevas teorías tienen, y deben tener, un exceso de
contenido que viene a estar- aunque no debería estarlo –gradualmente infectado
de adaptaciones ad hoc. Para Lakatos,
las nuevas teorías son, y no pueden ser otra cosa que, ad hoc. El exceso de contenido es, y debe ser, creado poco a poco,
extendiéndolo gradualmente a nuevos hechos y dominios. Feyerabend está de
acuerdo aquí con Lakatos.
El nuevo supuesto introducido por Galileo es el de
que el movimiento circular es un movimiento natural también para los objetos
terrestres. Pero este supuesto particular de la rotación de la Tierra, ¿afirma
algo más de lo que era sabido que ocurría en su superficie en el propio tiempo
de Galileo? La opinión de Feyerabend, que está en concordancia con la teoría
general de Lakatos, es que no. La única consecuencia de la afirmación es que
pone en conexión rígidamente los objetos que se mueven con el armazón de la
Tierra que se mueve, esto es, que está en rotación. (Una cosa diferente era el
movimiento de la Tierra alrededor del Sol que hacía esperar un paralaje estelar
medible). Vemos que no se cumple aquí el esquema de Popper.
En aquel tiempo, la ley de inercia circular, y en
mayor extensión la idea de la relatividad del movimiento, fue una hipótesis ad hoc planeada para salir de la
dificultad de la torre. La necesidad era puramente teórica: adaptar, salvar, no
un fenómeno, sino una nueva concepción del mundo. Ahora bien, si estamos en lo
cierto al suponer que Galileo construyó en este punto una hipótesis ad hoc, entonces también debemos
alabarle por su penetración metodológica.
Por tanto: Galileo sí que empleó hipótesis ad hoc. Fue bueno que lo hiciera. Si no
hubiera sido ad hoc en esta ocasión,
lo habría sido de todos modos, sólo que esta vez con respecto a una teoría más
vieja. De aquí que, como uno no puede evitar ser ad hoc, es mejor ser ad hoc
con respecto a una teoría nueva, porque una teoría nueva, como todas las cosas
nuevas, dará un sentimiento de libertad, estímulo y progreso. Hay que aplaudir
a Galileo porque prefirió luchar a favor de una hipótesis interesante que
hacerlo a favor de una hipótesis fastidiosa.
DESCUBRIMIENTO Y JUSTIFICACIÓN. OBSERVACIÓN Y
TEORÍA.
Emplearemos el material de las secciones precedentes
para arrojar alguna luz sobre los siguientes rasgos del empirismo
contemporáneo: primero, la distinción entre un contexto de descubrimiento y un
contexto de justificación; segundo, la distinción entre términos
observacionales y términos teóricos; y tercero, el problema de la
inconmensurabilidad.
Se supone que el descubrimiento puede ser irracional
y no necesita ningún método reconocido. La justificación, por otra parte, empieza
sólo después de que se han hecho los descubrimientos y procede de una manera
ordenada. Ahora bien, los ejemplos a que se ha recurrido muestran que dicha distinción apunta a una situación
que en la práctica no se presenta jamás. Por ello debe ser eliminada tan
rápidamente como sea posible. Feyerabend elimina la distinción entre contexto
de descubrimiento y contexto de justificación.
Otra distinción que está claramente relacionada con
la distinción entre descubrimiento y justificación, es la distinción entre
términos observacionales y términos teóricos. Es cierto que mucho de nuestro
pensamiento surge de la experiencia, pero hay amplias zonas que no surgen en
absoluto de la experiencia, sino que están firmemente basadas en la intuición,
o incluso en reacciones más profundamente asentadas. Es cierto que
frecuentemente contrastamos nuestras teorías con la experiencia, pero
invertimos el proceso igualmente a menudo; analizamos la experiencia con ayuda
de los puntos de vista más recientes y la cambiamos de acuerdo con estos puntos
de vista. Además, confiamos de manera igualmente firme en principios generales
de tal modo que nuestras más sólidas percepciones llegan a ser distintas y
ambiguas cuando entran en conflicto con estos principios.
LA RACIONALIDAD.
Los standards de racionalidad defendidos por la escuela
popperiana son los siguientes:
-La discusión racional consiste en el intento de
criticar, y no en el intento de demostrar o de hacer probable.
Cada paso que
protege de la crítica un punto de vista, que lo pone a salvo, que lo hace bien
fundado, es un paso que aleja de la racionalidad. Cada paso que lo hace más
vulnerable es bien acogido. Desarrollad vuestras ideas para que puedan ser
criticadas; atacadlas sin descanso; no intentéis protegerlas, sino exhibir sus
puntos débiles; y eliminadlas tan pronto como esos puntos débiles se hayan
hecho manifiestos.
-El contenido de una teoría consiste en la suma
total de aquellos enunciados básicos que la contradicen, esto es, la clase de
sus falsadores potenciales. Aumento de contenido significa aumento de
vulnerabilidad; de aquí que teorías de contenido amplio hayan de preferirse a
teorías de pequeño contenido.
-Las hipótesis ad
hoc están prohibidas.
Necesitamos una nueva teoría que produzca las
consecuencias válidas de la teoría vieja, niegue sus errores y haga
predicciones adicionales no hechas anteriormente. Éstas son algunas de las
condiciones formales que una sucesora adecuada de una teoría refutada debe
satisfacer. Ahora bien, este punto debemos plantear dos preguntas: ¿Es deseable
vivir en concordancia con las reglas de un racionalismo crítico? ¿Es posible
tener las dos cosas: una ciencia tal como la conocemos y estas reglas?
Si consideramos los intereses del hombre y, sobre
todo, la cuestión de su libertad (libertad del hambre y la desesperación, de la
tiranía de mezquinos sistemas de pensamiento, no la académica “libertad de
voluntad”), entonces estamos procediendo de la peor manera posible. Porque ¿no
es posible que la ciencia tal como la conocemos cree un monstruo? ¿No es
posible que haga daño al hombre, que haga de él un mecanismo miserable, hostil,
convencido de que es mejor que los otros, un mecanismo sin encanto y sin humor?
Feyerabend piensa que la respuesta a todas estas preguntas debería ser
afirmativa y cree por ello que se necesita urgentemente una forma de la ciencia
que la haga más anarquista y más subjetiva. Pero en el presente ensayo se
limitará a la segunda pregunta: ¿es posible tener las dos cosas: una ciencia
tal como la conocemos y las reglas de un racionalismo crítico como acabamos de
describir? Y la respuesta a esta pregunta parece no.
Para empezar, hemos visto, aunque algo brevemente,
que el desarrollo real de las intuiciones, ideas, prácticas, etc., no comienza
a menudo a partir de un problema, sino más bien a partir de alguna actividad
irrelevante, como jugar, que, al modo de un efecto lateral, conduce a
desarrollos que posteriormente pueden ser interpretados como soluciones a
problemas inadvertidos.
En segundo lugar, hemos visto, que un principio
estricto de falsación o un falsacionismo ingenuo como lo llama Lakatos,
combinado con la exigencia de contrastabilidad máxima y “no-adhocidad”, destruiría
por completo la ciencia como la conocemos y nunca la habría permitido empezar.
Su remedio no es el mío, no es el anarquismo. Su remedio se reduce a una
pequeña modificación de los standards críticos que adora. (También intenta
mostrar que hay signos de anticipación de este remedio en Popper).
De acuerdo con el falsacionismo ingenuo, a una
teoría se la juzga, es decir, se la acepta o se la condena, tan pronto como se
introduce en la discusión. Lakatos da tiempo a una teoría. Si la teoría da
lugar a nuevos desarrollos interesantes, si engendra cambios progresivos de
problemas, entonces puede ser retenida a pesar de sus vicios iniciales. Si, por
el contrario, la teoría no conduce a ninguna parte, si las hipótesis ad hoc que emplea no son punto de
partida sino el final de toda investigación,
si la teoría parece matar la imaginación y hacer que se sequen todos los
recursos de la especulación, si crea cambios degenerativos de problemas, esto
es, cambios que terminan en una vía muerta, entonces es tiempo de abandonarla y
buscar algo mejor. Ahora bien, ¿cuánto se supone que tenemos que esperar?
Porque si se puede esperar, entonces ¿Por qué no esperar un poco más?
En estas circunstancias, nos dice Feyerabend, puede
hacerse una de las dos cosas siguientes: Se pude dejar de apelar a standards
permanentes que permanezcan obligatorios a través de la historia, y que
gobiernen cada período singular de desarrollo científico y cada transición de
un período a otro; o se puede retener tales standards como un ornamento verbal,
como un monumento a una empresa tan compleja y catastrófica como la ciencia con
unas pocas reglas simples y racionales. Parece que Lakatos quiere elegir la
segunda alternativa, según Feyerabend. Mientras que Feyerabend elige la
primera.
Se puede, desde luego, forzar a la historia para
meterla en un modelo, pero los resultados serán siempre más pobres y menos
interesantes de lo que lo fueron los acontecimientos reales.
¿Cuáles standards vamos a aceptar? La respuesta de
Popper es: sean cuales fueren los que aceptemos, sólo debiéramos confiar en
ellos a modo de ensayo, recordando siempre que, en el mejor de los casos, sólo
estamos en posesión de una verdad (o justificación) parcial, y que estamos
sujetos a cometer al menos algún error o falsa apreciación en cualquier lugar,
no sólo con respecto a los hechos sino también con respecto a los standards
adoptados.
Popper dice que el racionalismo está necesariamente
lejos de abarcar todo o de ser completo en sí mismo. Pero nuestra presente
investigación no es acerca de si hay límites a nuestra razón; la cuestión es
dónde están situados estos límites. ¿Están fuera de las ciencias de modo que la ciencia misma permanece completamente
racional; o son los cambios irracionales una parte esencial incluso de la
empresa más racional inventada por el hombre? Éstos son los problemas que
fueron suscitados, primero por Hegel y luego, en términos bastante diferentes,
por Khun. Éstos son los problemas que Feyerabend quiere discutir.
Según Lakatos, los rasgos aparentemente irrazonables
de la ciencia sólo ocurren en el mundo material y en el mundo del pensamiento
(psicológico); y están ausentes del mundeo de las ideas, del tercer mundo de
Platón y Popper. Es en este tercer mundo en el que tiene lugar el crecimiento
del conocimiento, y en el que se hace posible un juicio racional de todos los
aspectos de la ciencia. Ahora bien, debe señalarse que el científico, está
también tratando con el mundo de la materia y del pensamiento psicológico (es
decir, subjetivo). Es principalmente este mundo material el que el científico quiere
cambiar y sobre el que quiere influir.
Sin embargo, no hay necesidad de seguir más adelante
con esta objeción. No hay necesidad de argüir que la ciencia tal como la
conocemos puede diferir de su sombra en el tercer mundo precisamente en
aquellos respectos que hace posible el progreso. Porque el modelo popperiano de
acercamiento enteramente a las ideas se viene abajo porque existen teorías
inconmensurables.
INCONMENSURABILIDAD.
La investigación científica, dice Popper, empieza
con un problema, y se continúa resolviéndolo. Esta caracterización no tiene en
cuenta que los problemas pueden estar formulados erróneamente, que pueden
realizarse investigaciones acerca de propiedades de cosas o procesos que la
investigación posterior declare que son inexistentes. Los problemas de este
tipo no son resueltos, sino disueltos y separados del dominio de investigación
legítima.
El descubrimiento de que ciertas entidades no
existen puede forzar al científico a redescribir los sucesos, procesos y
observaciones que se pensaba que eran manifestaciones de ellas y que se
describían, por tanto, en términos que suponían su existencia. O pueden
obligarle a usar nuevos conceptos mientras que las viejas palabras seguirán en
uso durante un tiempo considerable.
La existencia de teorías inconmensurables crea otra
dificultad al racionalismo crítico.
Una inconsistencia entre teoría y observación puede
revelar un defecto de nuestra terminología observacional con lo que es
completamente natural cambiar esta terminología, adaptarla a la nueva teoría, y
ver lo que ocurre. Tal cambio da lugar, y debe dar lugar, a nuevos temas
auxiliares que pueden más que compensar por el contenido empírico perdido a
causa de la adaptación.
Debemos darnos cuenta de que la pregunta “¿son
inconmensurables dos teorías comprehensivas particulares, como la mecánica
celeste clásica (MC) y la teoría especial de la relatividad (ER)?” no es
completa. Las teorías pueden ser interpretadas de maneras diferentes. Serán
conmensurables en unas interpretaciones, inconmensurables en otras. El
instrumentalismo, por ejemplo, hace conmensurables todas aquellas teorías que
están ligadas al mismo lenguaje de observación y son interpretadas sobre su
base. Un realista, por otra parte, desea dar una descripción unificada tanto de
las materias observables como de las no observables, y utilizará para ese
propósito los términos más abstractos de cualquier teoría que esté
considerando.
Ahora bien, al extender los conceptos de una nueva
teoría T, a todas sus consecuencias, informes observacionales incluidos, puede
cambiar la interpretación de estas consecuencias hasta tal extremo que
desaparezcan, o bien del conjunto de consecuencias de las primeras teorías, o
bien del conjunto de consecuencias de las alternativas posibles. Estas primeras
teorías y sus alternativas se harán entonces inconmensurables con T.
Los conjuntos de consecuencias de ER y de MC no
están relacionados en modo alguno. No pueden hacerse una comparación de
contenido y un juicio de verosimilitud.
Estamos ahora preparados para discutir la segunda y
más popular objeción en contra de la inconmensurabilidad. Esta objeción procede
de la versión del realismo descrita más arriba. “Un realista- decíamos –desea
dar una descripción unificada tanto de las materias observables como de las no
observables, y utilizará para ese propósito los términos más abstractos de
cualquier teoría que esté considerando”. Contra esto se ha señalado que los
términos teóricos reciben su interpretación al ser puestos en conexión con un
lenguaje de observación preexistente, o con otra teoría que haya sido ya puesta
en conexión con uno de esos lenguajes de observación, y que esos términos están
vacíos de contenido sin tal conexión. Pero si los términos teóricos no tienen
interpretación independiente, entonces no pueden ser empleados para corregir la
interpretación de los enunciados de observación, que es la única fuente de su
significado. De lo que se sigue que el realismo, tal como ha sido descrito
aquí, es una doctrina imposible.
La idea que está detrás de esta muy popular objeción
es la de que los lenguajes nuevos y abstractos no pueden introducirse de manera
directa, sino que primero deben ser puestos en conexión con un idioma
observacional ya existente y presumiblemente estable. Esta idea se refuta
inmediatamente señalando el modo como los niños aprenden a hablar y el que los
antropólogos y lingüistas tienen de aprender el lenguaje desconocido de una
tribu recién descubierta.
El primer ejemplo es instructivo también por otras
razones, porque la inconmensurabilidad juega un papel importante en los
primeros meses del desarrollo humano. Como Piaget y su escuela han sugerido, la
percepción del niño se desarrolla a través de varias etapas antes de alcanzar
su relativamente estable forma adulta. En una etapa, los objetos parecen
comportarse como imágenes retrospectivas y son tratados como tales. El niño
sigue el objeto con sus ojos hasta que desaparece y no hace el más ligero
intento de recuperarlo, incluso si esto no requiere sino un mínimo esfuerzo físico
(o intelectual). La llegada del concepto y de la imagen perceptual de los
objetos materiales cambia la situación extraordinariamente. Hay una drástica
reorientación de los modelos de comportamiento, y, por lo que puede
conjeturarse, de pensamiento. Imágenes retrospectivas, o cosas de alguna manera
como ellas, todavía existen, pero son ya difíciles de encontrar y deben ser
descubiertas por métodos especiales. (Por tanto el mundo visual anterior
desaparece literalmente). Tales métodos especiales proceden de un esquema
conceptual nuevo y no pueden conducir otra vez a los fenómenos exactos de la
etapa previa.
Cuando se consideran desarrollos como éstos, puede
sospecharse que la familia de conceptos que se centra sobre el objeto material
y la familia de conceptos que se centra sobre la pseudoimagen retrospectiva son
inconmensurables precisamente en el sentido que se discute aquí. ¿Aceptaríamos
el hecho, si es que es un hecho, de que un adulto esté pegado a un mundo
perceptual estable y un sistema conceptual estable que lo acompañe que el
adulto puede modificar de muchas maneras, pero cuyas líneas generales se han
hecho inamovibles para siempre? ¿O es más realista suponer que son todavía
posibles y deben estimularse cambios fundamentales, que entrañen inconmensurabilidad,
a menos que quedemos excluidos para siempre de lo que pudiera ser una etapa
superior del conocimiento y la consciencia? El intento de traspasar las
barreras de un sistema conceptual dado y de escapar al alcance de las gafas
popperianas (Lakatos) es una parte esencial de esa investigación (y debería ser
una parte esencial de toda vida interesante).
Los lingüistas nos recuerdan que una traducción
perfecta no es nunca posible, incluso si uno se dispone a emplear complejas
definiciones contextuales. Ésta es una de las razones de la importancia del
rechazo, por inadecuada, de toda descripción que descansa en una traducción
total o parcial. Sin embargo, justamente lo que en lingüística es un anatema,
es lo que el empirismo lógico da por supuesto, ocupando en éste un mítico
lenguaje de observación el lugar que en aquella ocupa el castellano de los
traductores.
También se dice que al admitir la
inconmensurabilidad en la ciencia no podemos ya decidir si una nueva concepción
explica lo que se supone que explica o si no divaga por diferentes campos. Pero
una vez admitido el hecho de la inconmensurabilidad, no surge la cuestión que
subyace a la objeción. El progreso conceptual frecuentemente hace imposible
plantear ciertas cuestiones y explicar ciertas cosas. ¿Constituye esto una
grave pérdida para la ciencia? Según Feyerabend, no. El progreso se ha logrado
por ese mismo divagar por diferentes campos.
Hay sólo una tarea que podamos legítimamente pedir a
una teoría, y es que nos dé una descripción correcta del mundo, es decir, de la
totalidad de los hechos vistos a través de sus propios conceptos.
Las teorías
inconmensurables pueden, pues, ser refutadas por referencia a sus respectivos
tipos de experiencia, es decir, descubriendo las contradicciones internas que
sufren. Sus contenidos no pueden ser comparados ni es posible hacer un juicio
de verosimilitud excepto dentro de los confines de la teoría particular.
Ninguno de los métodos que Popper (o Carnap, o Hempel, o Nagel) quiere aplicar
para racionalizar la ciencia puede ser aplicado, y el único que puede
aplicarse, la refutación, es de fuerza muy reducida. Lo que quedan son juicios
estéticos, juicios de gusto, y nuestros propios deseos subjetivos. Fichte había
dicho ya que la elección entre teorías comprehensivas descansa por completo en
los intereses de cada uno y revela el carácter más íntimo de quien elige.
Las ciencias, después de todo, son nuestra propia
creación, incluidos todos los severos standards que parecen imponernos. Es
bueno recordar constantemente este hecho. Es bueno recordar constantemente el
hecho de que es posible escapar de la ciencia tal como hoy la conocemos, y que
podemos construir un mundo en el que no juegue ningún papel. Feyerabend dice
que tal mundo sería más agradable de contemplar, tanto material como
intelectualmente, que el mundo en que vivimos hoy. ¿Qué mejor recordatorio hay
que el darse cuenta de que la elección entre teorías que son suficientemente
generales para proporcionar una concepción del mundo comprehensiva y entre las
que no hay conexión empírica puede llegar a ser una cuestión de gusto; que la
elección de una cosmología básica puede llegar a ser también una cuestión de
gusto?
Todo poeta
digno de tal nombre compara, mejora, arguye hasta que encuentra la formulación
correcta de lo que quiere decir. Feyerabend sostiene la tesis de que hallar una
nueva teoría para unos hechos dados es exactamente lo mismo que encontrar una
manera nueva de representar una obra de teatro bien conocida.
Sea como fuere hay muchos caminos abiertos ante
nosotros una vez entendido, y tomado en serio, el hecho de la
inconmensurabilidad.
CONCLUSIÓN.
La idea de que la ciencia puede y debe regirse según
unas reglas fijas y de que su racionalidad consiste en un acuerdo con tales
reglas no es realista y está viciada. No es realista, puesto que tiene una
visión demasiado simple del talento de los hombres y de las circunstancias que
animan, o causan, su desarrollo. Y está viciada, puesto que el intento de
fortalecer las reglas levantará indudablemente barreras a lo que los hombres
podrían haber sido, y reducirá nuestra humanidad incrementando nuestras
cualificaciones profesionales. Podemos librarnos de la idea y del poder que
pueda poseer sobre nosotros mediante un detallado estudio de la obra de
revolucionarios como Galileo, Lutero, Marx, o Lenin; mediante alguna
familiaridad con la filosofía hegeliana y con la alternativa que provee
Kierkegaard; recordando que la separación existente entre las ciencias y las
artes es artificial, que es el efecto lateral de una idea de profesionalismo
que deberíamos eliminar, que un poema o una pieza teatral pueden ser
inteligentes a la vez que informativas, y una teoría científica agradable de
contemplar, y que podemos cambiar la ciencia y hacer que esté de acuerdo con
nuestros deseos. Podemos hacer que la ciencia pase de ser una matrona
inflexible y exigente, a ser una atractiva y condescendiente cortesana que
intente anticiparse a cada deseo de su amante.
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