UN VIAJE EN TREN
Por José Antonio Herrera Márquez
Hoy me espera un día duro. Primero treinta minutos
en el coche y luego una hora y media de tren para llegar a Sevilla al congreso.
No me apetece ir a ese estúpido congreso, no necesito exponer mi trabajo
delante de todos esos ignorantes que no sabrán apreciarlo. Lo peor de ser
profesor de universidad es que tienes que asistir a este tipo de eventos de vez
en cuando. Odio estar rodeado de ignorantes y aduladores; creo que pronto
dejaré el trabajo, ya no me llena, creo que nunca me ha llenado.
Al salir de casa estaba lloviendo y me he mojado
bastante porque tuve que aparcar el coche lejos de casa, los malditos vecinos
parecen necesitar dos o tres coches por cada familia, y ocupan toda la calle. Encima
he tenido que conducir hasta la estación de tren con una visibilidad penosa.
He tardado un poco más de lo normal y he llegado
justo a tiempo para subir corriendo al tren. ¡Maldita sea! Estoy sudando, y la
humedad de la lluvia no mejora mi situación; al menos mi ropa se ha secado.
Espero poder avanzar un poco, por el camino a Sevilla, con el nuevo artículo
que estoy escribiendo.
Mi día mejora por momentos. Cuando he llegado a mi
sitio había otro tipo sentado, parecía estar muy acaramelado con la muchacha
que se sentaba a su lado, supongo que son novios y no se las ha ocurrido
comprar los puñeteros billetes a la vez. He decidido sentarme al otro lado del
pasillo, al menos es de los asientos que tienen una mesa para poder apoyar mi
portátil, y así podré ir avanzando con el artículo. Otra de esas estupideces
que te obligan a hacer cuando eres profesor de universidad: escribir artículos
y publicarlos; aunque en realidad no tengas ningún tema interesante del que
hablar. No recuerdo porqué elegí este maldito trabajo.
El imbécil que me había quitado el sitio se lo acaba
de ceder a una señora mayor como si fuera su sitio, pero ¿quién se ha creído
que es para ceder un sitio que ni siquiera es suyo? Esto es el colmo, y encima
él y su novia se han puesto en los asientos de enfrente mía, justo al otro lado
de la mesa.
No paran de molestar. Intento concentrarme en el
artículo, pero me es imposible. No paran de besarse, de acariciarse. No paran
de hablar en susurros y de reír; odio el sonido de sus susurros, es algo
horrible. No consigo escribir ni un solo párrafo sin que estos dos ineptos me
interrumpan con una de sus estúpidas y molestas risotadas.
Estoy cansado de esto. Me he levantado bruscamente y
ambos me han mirado con cara de asombro. Les he mirado a los ojos y he sacado
la pistola. Sus caras reflejaban pánico, pero no podían articular palabra. Le
he disparado a él en la frente, y creo que era un grito ahogado lo que ella iba
a soltar justo antes de que girara la pistola hacia ella y disparara justo en
el corazón, una, dos, tres veces… he seguido disparando hasta vaciar el
cargador de mi pistola. Mientras, el resto de los pasajeros del tren corrían y
gritaban huyendo despavoridos hacia los otros vagones.
Paz. He sentido una paz inmensa, incluso a pesar del
alboroto que se ha formado. Paz, nunca me había sentido así.
Alguien ha debido tirar del freno de emergencia
porque el tren ha empezado a detenerse en medio de la vía. He caminado hasta la
puerta más cercana sin cruzarme con nadie, deben de estar todos en la otra
punta del tren esperando para salir. El tren se ha parado y he bajado, no tengo
prisa, ya no voy a ninguna parte en concreto, no necesito ir a ningún congreso,
no necesito escribir ningún artículo, no, hoy no. Hoy me siento bien, me siento
en paz. El Sol me ha acariciado la cara mientras bajaba del tren, ha sido una
sensación muy agradable. He mirado hacia el tren y les he visto a los dos, toda
la sangre salpicaba los cristales y los asientos. ¿Habría de sentirme mal por
lo que acababa de hacer? Yo nunca me había sentido mejor que en este momento.
Di la espalda al tren y comencé a andar campo a través sin dirección alguna en
mente, con tan solo la paz que me embargaba y el Sol dando en mi cara. Y he
caminado… y he seguido caminando.
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