JOSÉ ANTONIO HERRERA
MÁRQUEZ
TRABAJO SOBRE: NORMAS
PARA EL PARQUE HUMANO,
DE PETER SLOTERDIJK.
-Resumen de la obra.
Los libros son voluminosas cartas
para los amigos. El humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se
realiza en el medio del lenguaje escrito. Desde que existe como género
literario, la filosofía recluta a sus adeptos escribiendo de manera contagiosa
acerca del amor y la amistad. No es solo un discurso sobre el amor por la
sabiduría, también quiere mover a otros a ese amor.
El eslabón más importante de esta
cadena epistolar fue, sin duda, la recepción del mensaje griego por parte de
los romanos, pues la apropiación romana del texto lo hizo por primera vez
accesible para todo el imperio e indirectamente también para las culturas europeas
posteriores. Una regla de la cultura literaria es que los emisores no pueden
prever a sus receptores reales.
En el núcleo del humanismo así
entendido descubrimos una fantasía sectaria o de club: el sueño de una
solidaridad predestinada entre aquellos pocos elegidos que saben leer. Los
humanizados no son en principio más que la secta de los alfabetizados, y al
igual que en otras muchas sectas, también en ésta se ponen de manifiesto
proyectos expansionistas y universalistas.
El servicio militar obligatorio
para la juventud masculina y la lectura obligada de los clásicos para los
jóvenes de ambos sexos caracterizan la era burguesa clásica. Entre 1789 y 1945
los humanismos nacionales amigos de la lectura tuvieron su momento de
esplendor. El poder de los maestros y el papel clave de los filólogos en esa
época tenían su razón de ser en su conocimiento privilegiado de esos autores
merecedores de consideración como emisores de los escritos fundacionales de la
comunidad. A partir de 1918 (radio) y de 1945 (televisión) y, más aún, con las
últimas revoluciones de las redes informáticas, en las sociedades actuales la
coexistencia humana se ha instaurado sobre fundamentos nuevos.
El humanismo, tanto en el fondo como en la forma, tiene
siempre un “contra qué“, pues supone el compromiso de rescatar a los hombres de
la barbarie. El tema latente del humanismo es, pues, la domesticación del
hombre; su tesis latente: una lectura adecuada amansa.
Eso que los romanos llamaron humanitas
sería impensable sin la exigencia de abstenerse de consumir la cultura de masa
en los teatros de la brutalidad. Si alguna vez hasta el propio humanista se
pierde por error entre la multitud vociferante, ello sólo sirve para constatar
que también él es un ser humano y, en consecuencia, puede verse infectado por
el embrutecimiento. Lo humano consiste en elegir para el desarrollo de la
propia naturaleza los medios inhibidores y renunciara los desinhibidores.
Es preciso abandonar la palabra
“humanismo” si es que ha de recuperarse en su inicial simplicidad e
ineludibilidad la verdadera tarea del pensar, que en la tradición del humanismo
o la metafísica pretendía darse ya por resuelta. La pregunta por el hombre no
tomaría un rumbo acertado hasta que no se distanciase de la práctica más vieja,
obstinada y funesta de la metafísica europea: definir al hombre como animal
rationale. Con esta explicación de la esencia humana no deja de entenderse
al hombre desde una animalitas aderezada con aditivos espirituales.
Contra esto es contra lo que se rebela el análisis existencial-ontológico de
Heidegger.
Lo que a Heidegger le da la
certeza de haber pensado y sobrepasado el humanismo con estas expresiones es la
circunstancia de que implica al hombre, comprendido como despejamiento del ser,
en una actitud de contención y en una relación de nueva amistad que son mucho
más profundas de lo que jamás podrían soñar todos los desembrutecimientos
humanistas y todos los amores eruditos por los textos que hablan de amor.
Heidegger eleva el ser a la categoría de autor exclusivo y único de todas las
cartas esenciales, y a sí mismo se designa como su actual escribano.
¿Qué amansará al ser humano, si
fracasa el humanismo como escuela de domesticación del hombre?¿Qué amansará al
ser humano, si hasta ahora sus esfuerzos para autodomesticarse a lo único que
en realidad y sobre todo le han llevado es a la conquista del poder sobre todo
lo existente?¿Qué amansará al ser humano, si, después de todos los experimentos
que se han hecho con la educación del género humano, sigue siendo incierto a
quién o a qué educa para qué el educador?¿O es que la pregunta por el cuidado y
el modelado del hombre ya no se puede plantear de manera competente en el marco
de unas simples teorías de la domesticación y de la educación?
El hecho de que el hombre haya
podido convertirse en el ser que está en el mundo tiene unas profundas raíces
en la historia de género humano de las que nos dan cierta idea los insondables
conceptos de nacimiento prematuro, neotenia e inmadurez animal crónica del
hombre. Aún se podría ir más allá y designar al hombre como el ser que ha
fracasado en su ser animal y en su mantenerse animal. Al fracasar como animal,
el ser indeterminado se precipita fuera de su entorno y, de este modo, logra
adquirir el mundo en un sentido ontológico. Éste éxodo solo produciría animales
psicóticos, si no tuviera lugar al mismo tiempo que la salida al mundo, una
entrada en eso que Heidegger llamó la casa del ser: el lenguaje. Los lenguajes
tradicionales del género humano han hecho visible el éxtasis del ser-en-el-mundo,
al mostrar a los hombres que su ser-en-la-casa-del-mundo puede experimentarse
también como un ser-en-su-propia-casa. Allí dónde se levantan casas hay que
decidir qué va a ser de los hombres que las habitan.
Con la tesis del hombre como
criador del hombre estalla por los aires el horizonte humanista, en tanto que
el humanismo no puede ni le es lícito pensar nunca más allá de la pregunta por
la domesticación y la educación: el humanista deja primero que le den al hombre
para después aplicarle sus métodos domesticadores, adiestradores, educadores,
convencido como está de la necesaria relación entre leer, estar sentado y
apaciguarse.
Éste es el conflicto básico
postulado por Nietzsche de cualquier futuro: la disputa entre los criadores de
hombres hacia lo pequeño y los criadores hacia lo grande.; podría decirse
también: entre los humanistas y los superhumanistas, entre los amigos del
hombre y los amigos del superhombre.
No cabe duda de que la lectura ha
constituido una gran potencia educadora de hombres, pero, a pesar de ello, la
selección, igual da de qué forma se realizara siempre entraba en juego como el
poder oculto tras el poder.
También en la cultura actual está
teniendo lugar la lucha de titanes entre los impulsos domesticadores y los
embrutecedores y entre sus medios respectivos. Y ya serían sorprendentes unos
éxitos domesticadores grandes, a la vista de este proceso civilizador que está
avanzando, de forma según parece imparable, una ola de desenfreno sin igual.
Desde el Polítikos y desde
la Politeia hay en el mundo discursos que hablan de la comunidad humana
como si se tratara de un parque zoológico que al mismo tiempo fuese temático.
El sostenimiento de hombres en parques o en ciudades se revela como una tarea
zoopolítica. Aquello que se presenta como una reflexión política es, en
realidad, una declaración de principios sobre las normas para la gestión
empresarial de parques humanos. Por lo que respecta al zoo platónico y a su
nueva organización, de lo que se trata es de averiguar por todos los medios si
entre la población y la dirección existe una diferencia solamente gradual o una
específica. Pues, bajo el primer supuesto, la diferencia entre los cuidadores
de hombres y sus protegidos sería solo casual y pragmática: en este caso podría
atribuírsele al rebaño la capacidad de ir eligiendo por turno a sus pastores.
Si, por el contrario, entre los directores del zoo y los habitantes del zoo
reina una diferencia específica, entonces serían tan distintos entre sí que no
sería aconsejable una dirección elegida, sino solo una dirección con
conocimiento de causa. Si se descarta por incierta y engañosa la forma
tiránica, nos queda entonces el verdadero arte de la política, que se define
como “el cuidado voluntario de rebaños de seres voluntarios”. El fundamento
auténtico y verdadero del arte real no hay que buscarlo, según Platón, en el
voto de unos conciudadanos que ofrecen o retiran a voluntad su confianza al
político; tampoco reside en privilegios heredados ni usurpados. El gobernante
platónico sólo encuentra la razón de ser de su gobierno en un saber experto de
lo más inusual y de lo más juicioso. Aquí surge el fantasma de una monarquía de
los expertos cuyo fundamento jurídico sea el conocimiento acerca de cómo se
puede organizar y agrupar a los hombres de la mejor manera, sin dañar jamás su
libre voluntad.
-Valoración personal.
En esta obra, el autor intenta
dar su visión acerca de la educación actual y de la crisis de la misma. Hace
una crítica contra los textos de obligada lectura y ve en la elección de dichos
textos un modo, un poder y una intención de persuasión. Compara la educación
con el adiestramiento y con el amansamiento animal de una forma acertada en mi
opinión, aunque no debemos escandalizarnos ante esta comparación, ya que los
seres humanos somos animales.
También hace una crítica de la
política actual y termina ofreciendo como modelo de política el modelo que
ofreció Platón.
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