FRANCISCO Y LA CARACOLA.
Por José Antonio Herrera Márquez
Érase una vez un niño llamado Francisco, que tenía
tres años. A Francisco le gustaba mucho revolver todas las cosas que encontraba
en la habitación de su tía Mari.
Un día, cuando estaba buscando por la habitación,
encontró una caracola muy grande, más grande que su mano. Le preguntó a su tía
dónde había encontrado la caracola, y ella le contestó que era una caracola que
había encontrado en las playas de Rota.
-Ponte la caracola en la oreja, y verás cómo puedes
escuchar el sonido de la playa- le dijo su tía.
Francisco le hizo caso y ¡vaya sorpresa! Era cierto
que se escuchaba la playa.
-¿Por qué se escucha la playa tita? ¿Hay una playa
dentro de la caracola?- preguntó Francisco.
-Sí, hay una playa dentro- le respondió su tía entre
risas- Y, ahora, venga, deja la caracola en su sitio y ven abajo, a la cocina,
a merendar.
Francisco y su tía se fueron a merendar, y comieron
muchos dulces y pasteles. Cuando hubieron acabado la merienda, Francisco le
dijo a su tía:
-Tengo mucho sueño tita, ¿puedo dormir la siesta en
tu habitación.
-Claro que sí- le respondió su tía.
Así que Francisco se fue a la habitación de su tía,
pero en realidad no quería dormir, sino que quería comprobar si había una playa
dentro de la caracola o no. Después de un rato dando vueltas a la caracola, ya
no sabía cómo abrirla o cómo entrar, así que cerró los ojos y pidió un deseo:
-Deseo entrar en la caracola y ver la playa que hay
en el fondo- dijo en voz muy baja.
Y, de repente, Francisco comenzó a encoger y a
hacerse cada vez más pequeño, y más pequeño, hasta que fue tan pequeño que
cabía por la caracola.
Sin dudarlo, entró en la caracola y se dirigió hacia
el fondo de la misma. Todo estaba muy oscuro, y el camino iba haciendo una
curva. El sonido del mar y de la playa era muy intenso dentro de la caracola.
Al doblar la curva, Francisco vio que al final del camino había una luz, así
que corrió hacia ella.
Cuando llegó al final, vio la playa más bonita que
había visto nunca. El agua de la playa era de un color turquesa, la arena era
blanca, había estrellas de mar por todo el fondo del agua, había palmeras
llenas de loros de muchos colores y de otros pájaros.
Francisco salió a la playa, y comenzó a crecer de
nuevo, hasta llegar al tamaño que tenía antes de pedir el deseo. Corrió por la
playa y se metió en el agua. En aquel momento, un gran cangrejo naranja, igual
de grande que él, se le acercó y le saludó:
-Hola, soy el cangrejo Juan.
-Hola cangrejo Juan, yo me llamo Francisco.
-¿Es la primera vez que vienes a esta playa no?-
preguntó Juan- Estás en la playa mágica. La gente cree que estamos dentro de la
caracola, pero la caracola sólo es una puerta que conecta esta playa con el
otro lado, con el mundo donde tú vives. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que
quieras.
-Pues quiero quedarme aquí para siempre- dijo
Francisco.
Ambos rieron y comenzaron a jugar por toda la playa
durante horas. Hicieron castillos de arena, muñecos de arena, nadaron en el
agua, jugaron a tirarse tierra, subieron a las palmeras, hicieron carreras por
la playa… Francisco lo estaba pasando tan bien con su nuevo amigo Juan, que se
había olvidado de que su tía y su mamá estaban al otro lado de la caracola.
Cuando se cansaron de jugar, Francisco se acordó de
su familia y tuvo ganas de volver a casa. Se lo comentó a su nuevo amigo:
-Juan, tengo ganas de volver a casa, pero soy
demasiado grande para pasar por la caracola.
-No te preocupes por eso, Francisco, yo conozco una
forma de hacerte pequeño y poder volver por la caracola. Es muy fácil, sólo
tienes que comerte la aceituna mágica que está en la cueva que hay al final de
la playa. Cuando te la comas, volverás a ser pequeño y podrás regresar a casa.
-Gracias amigo Juan,- le dijo Francisco, y le dio un
fuerte abrazo- voy a buscar esa aceituna y a volver a casa, hasta luego.
Francisco dejó a su amigo en la playa y se dirigió
hacia el final de la misma, hacia la cueva, en busca de la aceituna mágica. Al
llegar a la puerta de la cueva, vio que dentro estaba muy oscuro y le dio miedo
entrar. Se puso a llorar porque no podía volver a casa sin comerse la aceituna,
pero le daba miedo entrar a buscarla.
Cuando estaba llorando, vino una luciérnaga más grande que él, que le había escuchado llorar.
-Hola niño, soy la luciérnaga Pepita, dime ¿por qué
lloras?
Francisco le explicó el porqué, y ella le sonrió.
-No te preocupes niño, yo te ayudaré.- La luciérnaga
encendió su culito como si fuera una lámpara, y entró en la cueva. – Sígueme-
le dijo a Francisco.
Francisco la siguió por toda la cueva hasta que llegaron al final,
donde había una mesa en la que sólo había una aceituna: la aceituna mágica.
Salió corriendo hacia la mesa y se comió la aceituna
de un solo bocado.
-Qué fuerte está- dijo Francisco al notar el sabor
de la aceituna.
De repente, comenzó a hacerse muy pequeño, cada vez
más. Y se dio cuenta de que siendo tan pequeño no podría llegar hasta la
caracola, que estaba muy lejos.
-Móntate en mi espalda, niño, que yo te llevaré
hasta la caracola para que puedas volver a casa- le dijo Pepita.
Así lo hizo Francisco, y fueron volando hasta donde
estaba la caracola. Al llegar, Francisco se bajó de la espalda de Pepita y vio
que su amigo Juan había ido hasta la caracola para despedirle. Juan y Pepita le
dieron un abrazo a su nuevo amigo Francisco, y le desearon mucha suerte.
-Os echaré de menos- les dijo Francisco.
-Nosotros también te echaremos de menos, Francisco,
pero no te preocupes, cada vez que quieras decirnos algo, puedes hacerlo a
través de la caracola, aunque no podamos contestarte, sí podremos oírte desde
la playa. Nunca te olvidaremos- le dijo Juan con lágrimas en los ojos.
Todos estaban llorando porque se tenía que ir, pero
estaban también muy contentos por haber hecho nuevos amigos.
-Adiós amigos- dijo Francisco mientras entraba de
nuevo en la caracola.
Al llegar al otro lado, comenzó a crecer de nuevo, y
todo estaba tal y como lo había dejado al irse. Se acostó en la cama de su tía,
recordando todo lo que había vivido ese maravilloso día. Al poco tiempo entró
su tía en el cuarto.
-Francisco,
¿cómo te encuentras? ¿Has dormido bien?- le preguntó su tía Mari.
-Sí, tita, he dormido muy bien- le respondió
Francisco riéndose.
Desde aquel día, Francisco les decía cosas a sus
amigos todas las tardes a través de la caracola, y era muy feliz porque sabía
que sus amigos podían escucharle.
Según cuentan, todas las caracolas de las playas de
Rota son mágicas, y cada una es una puerta a una playa mágica y especial. Eso
es lo que cuentan, Francisco descubrió una playa mágica pero… ¿Descubrirás tú
otra?
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